CLAVES PARA EL DIALOGO ENTRE CULTURAS

Artículo publicado en España: EL PAÍS - Opinión - Julio 18 de 2005
Por: MARÍA JOSÉ FARIÑAS DULCE

En los últimos años son muchas las voces de intelectuales y políticos que se han alzado a favor de la tesis del "diálogo entre culturas" y de la "Alianza de Civilizaciones". En la última Cumbre Internacional sobre Democracia, Terrorismo y Seguridad, celebrada en Madrid durante la segunda semana de marzo, el secretario general de la ONU, Kofi Annan, declaró que se trataba de un "proyecto sugestivo", respaldando, así, la propuesta efectuada por José Luis Rodríguez Zapatero en Nueva York el pasado mes de septiembre. Frente a las tesis que fomentan un "choque de civilizaciones", las propuestas de la "Alianza de Civilizaciones" y del "diálogo entre culturas" tienen la virtud de situarnos en una transgresión de espacios culturales e identitarios inicialmente cerrados y antagónicos. Se trata de romper las fronteras espaciales y temporales, en las que están encerradas las culturas y las religiones. Romper las fronteras de la identidad y de la dominación cultural, pero también las del atraso y la desigualdad social en las que están confinadas muchas culturas, religiones o identidades sociales. El "diálogo entre culturas" tiene como punto de partida el respeto a los diferentes, con el objetivo de evitar que se conviertan en antagónicos. Pero, ¿cuáles han de ser las claves para poder construir un escenario de "diálogo entre culturas" o de "Alianza de Civilizaciones"?

1. Identidad y alteridad son elementos fundamentales que han de conducir a un esfuerzo autocrítico y autorreflexivo de todas las culturas, es decir, un esfuerzo antifundamentalista para poder encontrarse con los "otros" y poder percibir las diferentes expresiones o manifestaciones de la condición humana y sus demandas de reconocimiento y aceptación. Sólo cuando las culturas y los grupos socialmente diferenciados son capaces de distanciarse de su propia cultura o de su propia identidad, cuando son capaces de mirar hacia dentro reflexivamente, de entablar un diálogo interno consigo mismos y contemplar autocríticamente su propia identidad, sus debilidades y sus contradicciones internas, están en condiciones de dibujar el escenario del diálogo.

2. La reciprocidad en el reconocimiento. Es necesario hacer un esfuerzo recíproco de conocimiento, comprensión, interpretación y traducción de los fundamentos básicos de cada cultura. No se trata sólo de saber que existen otras culturas y otras identidades, sino de aprender juntos desde y con ellas como medio para luchar contra el imperialismo cultural y los tópicos sociales. Esto es ciertamente difícil, porque lo primero que surge cuando nos situamos frente a otra cultura probablemente es incomprensión y enfrentamiento. Pero al menos se ha de tener la convicción de querer construir entre todos algo en común que nos sirva de planteamiento universal e inclusivo. De lo que se trata es de poder modificar nuestro propio planteamiento desde la comprensión de los otros planteamientos diferentes.

3. Conciliar la universalidad de los valores con la diversidad de las culturas. Quien quiere comprender debe estar dispuesto a que los "otros" puedan libremente decir algo. Se hace imprescindible, pues, darles la misma oportunidad de expresarse, es decir, la igualdad democrática en el uso de la palabra, y los espacios para la integración en un mismo proyecto político y cívico de la colectividad. Pero los procesos de dominación, marginación o asimilación impuestos durante siglos han provocado la situación según la cual muchos grupos diferenciados social o etnoculturalmente, cuando tienen la posibilidad de entablar un diálogo, ya no les queda nada que decir, porque han perdido muchos de sus elementos de identidad, y si les queda algo, ya no saben cómo decirlo, cómo iniciar el diálogo, salvo con recelo o violencia. El objetivo ha de ser facilitar la integración social de todos sin caer en una concepción excesivamente diferenciada del vínculo social o en una apología de lo que nos separa, ni en un imperialismo cultural.

4. Solidaridad entre las diferentes culturas y corrección de sus desigualdades sociales y económicas. Es preciso vincular el "diálogo entre culturas" a la lucha por el desarrollo social económico, educativo, cultural y medioambiental de todos los pueblos del planeta. Si no se consigue erradicar la pobreza e integrar a los excluidos en el sistema global, difícilmente tendrán éxito las estrategias de entendimiento o "diálogo" entre civilizaciones y culturas diferentes. Parece imprescindible civilizar primero la economía global, para civilizar después la sociedad. De lo contrario, la extrema pobreza y las desigualdades sociales pueden ser fácilmente manipulables por grupos violentos y terroristas, en nombre de un apocalíptico enfrentamiento de civilizaciones o de religiones, pero también en nombre de intereses económicos y estratégicos. Por ello, el "diálogo entre culturas" ha de ser enfocado como una imprescindible plataforma para la paz, la no violencia, la democracia y el anticolonialismo.

5. Desmitificar la Cultura con mayúsculas y rescribirla con minúsculas desde la práctica de los procesos sociales cotidianos y cambiantes, con el objetivo de construir modelos éticos transculturales de convivencia donde todos tengamos cabida. Para ello, sería conveniente reconstruir las tradicionales definiciones culturales que tienden a señalar los patrones dominantes de una cultura, en base a la sacralización de determinadas tradiciones y a la exclusión o criminalización de otras como no propias o no auténticas, fomentando así el inmovilismo o el fundamentalismo cultural. Frecuentemente ocultan, con claros intereses ideológicos, la existencia de muchas heterogeneidades dentro de cada cultura, entre las que puede ser más fácil la comunicación.

Muchas son las voces también que tachan las propuestas de "diálogo entre culturas" de ser un gran relato demasiado utópico e inalcanzable. Pero, ¿por qué no? Especialmente cuando estas propuestas surgen de la fuerza de la razón y no de la razón de la fuerza. La tesis del "pensamiento único" no puede romper la esperanza ni la rebeldía de los seres humanos, porque si a éstos se les niega toda esperanza, entonces perderían la razón y se convertirían en salvajes. Además, el escenario de un diálogo de este tipo no debe plantearse como una meta lejana y difícil de conseguir, sino como una labor constante y constructiva de un mundo más justo. En mi opinión, una actuación de este tipo puede ser utilizada eficazmente contra las interpretaciones fundamentalistas y maniqueas de las culturas. La efectiva realización de un diálogo o una alianza entre civilizaciones ha de ser una empresa duradera, donde hemos de estar implicados todos; es un proyecto colectivo y reflexivo de la sociedad misma acerca de la construcción de sus valores universales, por encima de una cultura, una religión o un Estado.

El "diálogo entre culturas" proporciona todavía una dimensión más de carácter trasgresor: la posibilidad de dialogar sobre lo que se supone universal y, por lo tanto, no dialogable e innegociable, esto es, sobre los derechos humanos. Paradójicamente, la apelación a los derechos humanos se ha convertido en un camino de esperanza para muchas culturas oprimidas o marginadas que reclaman ser toleradas y defendidas en nombre de aquéllos. Ahora bien, en muchas ocasiones los derechos humanos siguen siendo utilizados como instrumento de colonización intelectual y de dominación económica. El gran reto del "diálogo entre culturas" reside precisamente en compaginar el desarrollo de los derechos humanos universales con los derechos culturales particulares, para que aquéllos no se impongan unilateralmente sobre éstos. Es decir, superar el antagonismo entre la formulación unilateral de valores universales y la singularidad de las culturas.

El impulso dado por Kofin Annan en Naciones Unidas a la propuesta de la "Alianza de Civilizaciones", con la creación de un grupo de alto nivel trabajando en el tema, es sin duda una puerta abierta hacia la construcción de un mundo mejor. Creo que sólo desde el compromiso activo de cambio y mejora del entorno social e histórico se puede llevar a la práctica un espíritu auténtico de tolerancia, de comprensión mutua y de interpretación intercultural. Un espíritu que sea capaz de prologar en el ámbito teórico el esfuerzo y la lucha polifónica de las mujeres y los hombres de todas las culturas que buscan cada día los caminos de la dignidad, la autonomía y la emancipación.