EDITORIAL
Hemos considerado de gran utilidad retomar una serie de artículos que fueron publicados en anteriores números de ARIEL, todos referidos a la PAZ. En el pasado número reeditamos el Artículo PAZ, PAZ, PAZ, publicado en el ARIEL No. 68 de Julio de 1956. El siguiente artículo fue publicado en el ARIEL No. 44, Abril y Mayo de 1945, Vol. 5. Si bien el ambiente que se respiraba en el mundo en esta época correspondía al de la Segunda Guerra Mundial, con este artículo, al igual que con el anterior y los que seguiremos publicando, el lector encontrará que su contenido encaja perfectamente en la realidad de nuestros actuales días. Ojalá sirva como fuente de inspiración y mejor comprensión y apreciación entre los hombres.
P A Z
(Una Dinámica Espiritual)
Por encima del tiempo y del espacio
Al fin a llegado la hora tan ansiada de hablar de la PAZ. Tras tantos años de virulentos apasionamientos, de destrucción y de carnicería, había de llegar el momento de volver a la sanidad y de considerar de manera práctica la solución de todos los problemas humanos.
Esta es una ocasión en que quisiéramos bordar frases hermosas y hacer alarde de retórica, como gustan de hacer los soñadores o los diplómatas para encubrir sus artimañas y los políticos profesionales para justificar sus bajas ambiciones. Pero no, no es este el momento para hacer demagogia, por más que la propicie la labor de los falsos apóstoles y de los presumidos santones y autodidactas de ocasión.
Al hacer hincapié en el motivo supremo de la hora, la PAZ, queremos recordar a nuestros lectores lo que hemos dicho desde esta misma tribuna en 1939 y 1941 acerca de la necesaria justificación de la guerra mundial. No se nos ha hecho mucho caso hasta ahora, y tampoco creemos que se nos concederá mayores méritos ahora. Pero para nosotros, lo importante es el cumplimiento del deber, y en fin sabemos que las fuerzas desencadenadas no pueden dejar de laborar en sus correspondientes esferas de acción. Así, las fuerzas bajas y negras cumplirán sus designios, y las poderosas fuerzas del Espíritu también darán fe de sus condiciones. En la Naturaleza Universal, todo está magistralmente condicionado, y cada género de energía tiene su función y finalidad, y no cesa de ser hasta que no haya cumplido su misión. Es la eterna ronda o recurrencia cíclica de las causas y los efectos, que no puede dejar de tener su realismo mientras posea potencia para actuar, en su correspondiente órbita y esfera de realizaciones.
Así, la humanidad tiene la GUERRA por deporte predilecto, y las fuerzas pasionales y los brutales instintos que gobiernan sus designios superan hoy por hoy a las vagas y raquíticas fuerzas morales. Los intereses mundanos y las fuerzas de la materia humana prevalecen sobre los intereses eternos así como sobre los Poderes del Espíritu, porque el individuo humano se ha entregado a una forma de vida grotesca y antinatural. De ahí que sus religiones sean simples ilusiones y vanas esperanzas, y sus ideales meras ambiciones disfrazadas. Su moral es un egoísmo crudo e hipócrita, y su pregonada “espiritualidad” no pasa de ser un simple alarde vanidoso de valores que anhela pero que no posee. De ahí que viva en constantes inhibiciones y siempre fingiendo logros imaginarios y posesiones atormentadoras. Los Valores Espirituales nada significan para él a no ser divagar y desvariar. Pero ningún romanticismo místico, ninguna leyenda misteriosa parecen capaces de sublimar sus groseras energías, pues para él, el derecho de la fuerza ha sido siempre y sigue siendo su norma de conducta preferida.
Preciso es no hacerse ilusiones. La historia está ahí que nos indica fehacientemente cómo piensa, siente y actúa la humanidad, y cuáles son sus derroteros escogidos. Podrá la humanidad soñar con bellos sistemas religiosos y magníficas gestas cual el Mahabaratha y los Cuentos de Las Mil y Una Noche, mas reacciona invariablemente de la misma manera cuando se trata de intereses personales. Los Evangelios de todos los tiempos y las Biblias de todas clases han sido tenidas en particular estima por toda la especie, sin que ello impida a cada individuo de ser la cabal bestia siempre que sus bajos instintos están tocados.
La moral humana es maravillosa en proyecciones y propósitos, pero sobresale más por sus constantes indicaciones y finalidades que por sus cumplidas realizaciones. Esto es, seguramente, el motivo por el cual el hombre es un magnífico e incurable soñador, pero un pobre exponente de sus mejores ideales. Vive de ilusiones elegiacas, pero lo que prevalece en su estima y lo que norma su conducta son sus crudos instintos y sus groseras pasiones.
Ahora bien, en todas la épocas ha habido guerras, y con toda seguridad siempre las habrá. Es un vano sueño de mentes vacuas, o la impávida promesa de tarados el pretender que la gente humana vaya a cambiar de predilección y dedicarse a angelicales andanzas sin sufrir previamente una honda y categórica transformación en todo su ser. El ser humano no tiene nada de pastoral en sus disposiciones, ni piensa como elegido Bíblico por más que lo presuma. Actúa de acuerdo con sus más inmediatos intereses y supera en maldad y bajeza a todas las fieras de la creación cuando pone su inteligencia al servicio de sus ambiciones personales y refinadas pasiones. Todas las esperanzas religiosas en pro de la PAZ en tales circunstancias son simple musa metafísica, y exigirle al hombre zafio, ambicioso, cruel, egoísta, vanidoso, adicto a todos los vicios y tarados por todos los lados, que remata sus deficiencias con dogmatismos y tradiciones doctrinales grotescas y supersticiosas, equivale a exigir a las piedras del desierto que den frutos o se conviertan en finísimos manjares. Almas egoístas, rastreras, indignas, intolerantes y capaces de todas las ignominias tienen disposiciones excelentes para la crueldad y la destrucción, la guerra, pero no para la generosidad, el progreso edificante, la PAZ.
Así las cosas, ya entramos francamente en un periodo en que se hace imperativo dar sentido de PAZ a la GUERRA. No se ha justificado esta guerra en modo alguno, e inclusive el bello idealismo voceado en el ínterin ha quedado un tanto desvirtuado, si hemos de creer en lo que ocurrió en las Conferencias del Cairo y Yalta, y en la palabra de Mr. Anthony Eden respecto de la Carta de Atlántico.
Empero, por doquier se habla hoy, repentinamente, de PAZ, y se celebran pomposas Conferencias, como en Chapultepec y San Francisco, preludios de otros acontecimientos mayores. Ya en Dumbarton Oakes se han echado bases para el Organismo Internacional General de la posguerra, y en fin los economistas también dieron su fallo. Pero hasta ahora no aparecen indicios de sagacidad y de genuina sinceridad con respecto al futuro. Se habla de PAZ, pero se sigue con la mentalidad de GUERRA de siempre. El hombre sigue siendo el enemigo potencial del hombre, y en fin cada cual se empeña en sacar el mejor partido de la situación. El idealismo voceado es, obviamente, de PAZ, pero los lineamientos y los hechos son de GUERRA. La eterna psicosis de guerra prevalece.
Se habla de PAZ, pero nadie quiere hacer sacrificios de buen grado, y sobre todo nadie quiere olvidar agravios y pasadas privaciones. El rencor, el odio, la envidia, la inquina, la intolerancia, el orgullo, siguen siendo los motivos fundamentales de la civilización y los prejuicios y la discriminación unilateral e inicua constituyen la sal del diario vivir. Esos hombres que tanto se afanan por hacer triunfar sus intereses son simples criaturas saturadas de sublimes ideales religiosos que no se cansan de canturrear y señalar con singular desparpajo, pero que viven poseídos por el virus de sus taras y pasiones. De ahí el fracaso de todas las gloriosas gestas emancipadoras del hombre. Los sacrificios de los mejores se convierten en simples pretextos para el triunfo de las almas más rastreras y cínicas!….
¡Bellos discursos y programas son confeccionados ahora, y diríase que súbitamente la humanidad se ha convertido en una especie de ángeles!. Todo el mundo habla de PAZ. ¡Enhorabuena! ¡Que haya PAZ! Pero la PAZ tiene un mayor precio que la guerra misma, y los pueblos no han querido nunca pagar ese precio, y es por ello que siempre hay guerras.
Pero la PAZ no se ha de confeccionar en Conferencias Internacionales, ni se ha de lograr rezando y elevando preces a los cielos. La PAZ es una condición íntima del individuo. El individuo que no sepa vivir en armonía con los Principios Universales estará siempre en GUERRA con la Naturaleza y consigo mismo. Hablar de PAZ a individuos conformados para todas las ingratitudes, todas las infamias, todas las bellaquerías y todas las bajezas, es lo mismo que hablar de salud entre virus, o convertir templos en lonjas de mercaderes del alma.
No queremos ser pesimistas, ni nos complace aparecer como quejumbrosos o como eternos amargados, pero la realidad bien vista no ofrece mejores fundamentos. Somos realistas, ante todo, y queremos ajustarnos a las condiciones innatas del hombre, ya que diluirnos en fantasías y soñar con ilusiones comunes sería pecaminoso, y no nos conduciría sino a los mismos males de siempre.
Los sistemas religiosos ahora se apresuran a pregonar sus Evangelios, y nos dan sus fórmulas como las únicas salvadoras. Son bellas idealidades dignas de la más sublime devoción, y no podemos sino mirar con beneplácito estos anhelos divinales de última hora, que son saludables indicios después del rugir del cañón y la destrucción de las bombas. Pero no debemos dejarnos extraviar por las apariencias. La religión que no pudo impedir las GUERRAS del pasado no sabrá tampoco ninguna PAZ en el futuro. No decimos esto por intransigencia, sino por precaución, pues la historia del mundo nos pregona sin lugar a confusión que la religión recomienda y demanda sublimes virtudes, pero los fieles fanáticos sólo consiguen demostrar la invalidez de sus propios ideales y la pequeñez de sus almas. La religión ha triunfado siempre por medio de la intolerancia y la guerra, la superstición impávida o la inquisición, pero no por las virtudes ejemplares y la generosidad incondicional de sus sectadores y fieles. Si no, que lo digan los más destacados líderes religiosos de todas las épocas, y en fin los presentes sistemas religiosos. Cuando un Católico Romano pueda hablar de Cristo con el corazón limpio y sin bajas pasiones, podremos creer en su Cristianismo. También creeremos en la validez del Cristianismo pregonado por Unitarios, Fundamentalistas, Episcopales, Metodistas, Universalistas, Evangelistas, Adventistas, Bautistas y todos los demás sectarismos Cristianos cuando se abracen generosamente y comulguen juntos sin rencores ni envidias entre si. Creeremos en fin, en las bondades efectivas de dichos sistemas religiosos, en particular cuando el que se dice Cristiano y el que se dice Israelita, Mahometano, Confuciano, Hermetista, Mazdeista, Parsi, Budhista, o Shikk, abrace al creyente de la otra Iglesia y lo considere como un auténtico Hermano. Cuando todos los fieles de todas las Iglesias diferentes sepan abrazarse como Hermanos y tratarse sin enconos, sin dudas, sin miedos, sin egoísmos, sin prejuicios rastreros y sin presunciones de superioridad, porque adoran y sirven al mismo Dios y en fin porque persiguen los mismísimos fines morales, creeremos en el poderío Espiritual y en la efectividad moral de estos sistemas para fomentar la PAZ. Pero mientras se traten mutuamente de hijos del diablo y se odien como fieras en brutal competencia de fanatismo y de superstición, es irrisorio hablar de PAZ, de DEMOCRACIA y de CIVILIZACIÓN (1).
La religión no ha logrado transformar al individuo humano. Solo lo ha domesticado para sus fines. Pero de todas maneras el hombre sigue siendo la fiera de ocasión, y es una tremenda bestia cuando sus pasiones despiertan. ¿En qué radica, pues, la Salvación, la efectividad de la religión en el hombre, si no consigue aminorar sus taras ni desvirtúa sus vicios, ni destierra sus viles pasiones ni atempera sus groseros egotismos? (2).
Y los espiritualistas también alardean de “Potencias para la Paz”. Pero ¿Dónde están sus ejemplos, sus justificaciones? ¿Acaso debemos tener por Virtud Espiritual y Poderes Divinos esos egoísmos y esas terribles inquinas que demuestran tener en sí y entre sí? ¡Y pensar que hay quienes que presumen de enterados de la Sabiduría Divina (Teosofía) o de estar en constante comunicación con los mundos Espirituales (sic!)! ¡Verdaderamente, la gente es muy impávida, y es capaz de encubrir sus supersticiones y bajezas con cualquier sublime idealismo o con los más sagrados principios! Lo importante para ellos, parecen ser sus propias ilusiones, que no quieren ver destrozadas por nada. ¡Cuántos ídolos tienen que ser echados a tierra antes que la gente humana pueda vivir dignamente, y convivir honesta y armoniosamente! …
No importa con qué talento y ansias de superación moral se vaya a deliberar a San Francisco o a las Conferencias de Paz del inmediato porvenir; si no se acude ahí despejado de ambiciones egoístas y patriotismos acrisolados, los nacionalismos y los imperialismos encubiertos de cada nación seguirán llevando la partida, y las naciones más pequeñas seguirán siendo las víctimas de las mayores.
No nos olvidemos que la humanidad no vive de propósitos buenos exclusivamente, y que mientras haya MILITARISMO FLORECIENTE, y el sistema de POLITICA DE POTENCIA, habrá discriminaciones de todas clases, y en fin existirá y prevalecerá el exclusivismo, la injusticia y los privilegios que hacen la grandeza de los unos y la desventura de los otros.
La política secreta y unilateral de Yalta es antidemocrática, y los sistemas de votos circunstanciales como se ha preconizado en Durbartoa Oaks son criadero de futuros fracasos. ¿Por qué no se toma de ejemplo a la Liga de las Naciones de Ginebra, que fracasó por los exclusivismos y por la insolencia de las potencias mayores? ¿Por qué no se tiende más bien al mutuo respeto entre todas las naciones, dejando a cada una como entidad absolutamente independiente y soberana, sin injerencias ni interferencias de ninguna especie? Y en fin ¿Por qué no se pone en vigencia en su totalidad el espíritu y la forma de la Democracia tal como se preconizara en la Carta del Atlántico? ¿O es que ya no hay necesidad de semejantes Evangelios Políticos?
Los Evangelios Religiosos no han impedido las GUERRAS. Ahora el único Evangelio Político promulgado va siendo despreciado por quienes precisamente lo propusieron en sus mayores momentos de prueba. ¿Será acaso que la FE IDEALISTA Y ESPIRITUAL del hombre tiene importancia únicamente cuando éste se encuentra en peligro de destrucción y de las mayores calamidades? Pero ¿Hasta cuándo no van a comprender los hombres que tienen que pagar tan caro para la PAZ como tan gustosamente pagan y se sacrifican en aras de la GUERRA?
Nosotros creemos que la humanidad no se ha de cambiar de la noche a la mañana, y en fin que nada se conseguirá mientras los destinos del mundo estén a merced de los mismos hombres y de los mismos sistemas de los negros y caóticos ayeres. La civilización seguirá siendo trágica y fatal mientras no se cambie de condiciones de vida, y para ello es imprescindible transformar a los individuos. Nuestra tesis no admite disyuntivas o se transforma al individuo o la especie humana sigue por la pendiente del caos en todos los órdenes de cosas hasta desaparecer, pese a todos sus flamantes idealismos políticos y misticismos religiosos. De nada nos sirve vanagloriarnos de ser Salvados si no vivimos como el Salvador (Cristo). De nada nos vale presumir de perfectos si seguimos siendo vulgares bestias. En fin, a nada conduce el progreso materialmente si permanecemos enanos en lo moral. Mientras seamos incapaces de genuina dignidad, seremos unos pigmeos espirituales, mejor dicho unas grotescas e impotentes criaturas que se pavonean de virtudes Divinas y grandezas celestiales y no pasan de ser simples demonios del reino de sus propias pesadillas. Las turpitudes y turbulencias del hombre no se destruyen como por encanto; hay que trocarlas en cualidades étnicas y virtudes Espirituales, y ahí está todo el secreto de la panacea que implica la PAZ.
Creemos que lo mejor que se pudiera hacer es dejar a las gentes que se dispongan a vivir como mejor les convenga. Los pueblos y los individuos serían mucho más dichosos si no fuesen sometidos a todas las complicaciones y trabas de ORGANIZACIONES. Se decantan LIBERTADES, y cuanto se hace tanto en política como en religión tiende a LIMITAR LA EXPRESIVIDAD, LA CONCIENCIA Y LA POTENCIALIDAD DEL INDIVIDUO ¿Por qué no preconizar la filosofía y la mística de la LIBERTAD? ¿Por qué no volver a la vida sabia y natural, por la cual cada uno pueda vivir de acuerdo con su Conciencia y según sus mejores disposiciones íntimas? ¿Acaso no ganaríamos todos con semejante procedimiento?; Por de pronto, la gente volvería a ser sincera, y encontraría felicidad en la dignidad y en la honradez, así como en la Comunión con la Naturaleza Universal. De retornar a los procesos naturales, la gente se liberaría de tantísimos sistemas de coacción y de confusión que hace de la existencialidad civilidad una atroz superficialidad y una desconcertante infamia. Esta es la única manera como podríamos despojarnos de todos los atavismos que nos aservilan, y que haría volver a la vida sana, saludable, vibrante, digna y armoniosa y que nos haría desechar vicios, prejuicios y cuantas falsas nociones tradicionales y dogmáticas que han venido envenenando a la atmósfera terrestre y haciendo imposible la coexistencia HERMANADA ENTRE LOS HOMBRES.
Si se ha de seguir con la manía del entrometimiento en la vida ajena, por un absurdo afán de imposición de los criterios personales, que sea a base de derechos iguales. Ya no se puede seguir el antiguo procedimiento de catequizar a la fuerza a los demás, e imponer credos propios por medio de misioneros que son más necesitados en el patio propio, y que por otra parte ni siquiera entienden ni viven en consonancia con lo que predican. Los valores humanos deben cambiar totalmente, dejémonos de prédicas insustanciales de Credos sentimentales oportunistas. Aprendamos a tratar al prójimo en igualdad de término y para igualdad de beneficios. ¡Que los derechos de cada cual sean iguales a los deberes de todos!
Y si se quiere justificar esta horrible tragedia mundial (SUPER GUERRA MUNDIAL), póngase en vigencia sin tardanza la CARTA DEL ATLANTICO, que sólo así habrá verdadera DEMOCRACIA en el mundo, y solamente así esta brutal sucesión de guerras llegará a su término. Es más, suprímanse las FRONTERAS nacionales, finiquítese los tratamientos aduanales especiales, y adóptese una bandera Universal de Hermandad, Cultura, Paz, Dignidad y Respeto entre todos los hombres.
Bien, adóptese el Plan de Dumbarton Oaks, o cualquier otro mejorado, pero sin preferencias de votos para nadie, ni privilegios especiales para nadie, pues de otro modo se incurriría en un execrable TOTALITARISMO. Y si es indispensable establecer una Corte de Justicia Internacional, y una Policía Mundial, que sean absolutamente desligadas de todo bloque de naciones o nación en particular. Que sean creadas a base de elecciones mundiales o de selecciones de carácter académico. De no ser así, sería engendrar iniquidades y suspicacias de cuño fascista. Mientras se tienda a organizar a la vida ajena, habrá complicaciones ingentes, como es natural; pero si se quiere prevenir brotes de fascismo totalitario, bajo cualquier forma de gobierno que sea, se debe ante todo impedir que los sistemas de religión sirvan fines temporales con tales características, y en fin hay que abolir por completo toda condición política que pueda significar tratamiento discriminativo a favor de uno y en contra de otros en asuntos raciales, religiosos, nacionales, etc. …
Mientras no se una a la Humanidad en una Fraternidad Espiritual, no habrá PAZ posible. Y sobre todo, se debe tender a un entendimiento para garantizar un sistema de convivencia humana, una base de Bienestar de la Especie (Commonwealth Universal). Si las GUERRAS no pueden acabar con las bajezas y brutalidades del hombre, que se haga de una vez que la PAZ sea un proceso de transformación humana biopsicológica, a fin de evitar los problemas y consiguientes conflictos que han atormentado a la especie humana en todo el transcurso de la historia.
Como medida básica, nosotros pregonamos que NO DEBE HABER VENCEDORES NI VENCIDOS una vez destruido el último vestigio de militarismo fascista. Pero evitemos posibles fascismos futuros destruyendo espontáneamente todos los armamentos y todas las posibilidades de supremacía de un grupo de gente sobre cualquier otro del mundo. Los Cristianos deben acordarse de que es virtud cristiana el perdonar las ofensas y el olvidar enconos y resquemores. Los Mahometanos procederán a hacer efectiva la Hermandad Humana olvidando sus maldiciones y odios de ayer, y los fieles creyentes dignos de su FE seguirán todos con tesón una actitud de nobleza de alma consistente en desechar agravios y borrar rencores, a fin de propiciar la mayor comprensión posible. Esto es posible. Donde hay sinceridad hay posibilidad de compasión ¿Por qué no han de decidirse a vivir dignamente todos los hombres que deliran con la PAZ?
De paso, sería conveniente llegar a un acuerdo Universal entre las naciones a fin de impedir toda posible trasgresión a los principios humanistas que encarna el espíritu de la Nueva Era, o sea, que cada nación dedique indefectiblemente un 40% de su presupuesto para la educación de sus componentes, un 20% para servicios sociales, un 20% para mejoramientos nacionales, un 10% para el mantenimientos del gobierno y en fin el restante 10% como fondo de emergencia. De éste último fondo podría sacarse el dinero necesario para el sostenimiento del organismo mundial de Justicia y Policía y cualquier otra clase de función Universal.
También se debiera propender al establecimiento de una Banca Mundial, de un Cambio Fiduciario Mundial, de un Consejo de Cultura Mundial y, en fin, de una Oficina Protectora Mundial para individuos apátridas, o minorías despreciadas. Añádase a esto la Nacionalidad Mundial Obligatoria, preferida a la local o nacional, y tendremos una base funcional para una genuina HUMANIDAD unida, o un sistema de VIDA DEMOCRATICA DIGNIFICANTE DEL HOMBRE.
Pero estas notas no llevan la pretensión de ser absolutas. Sòlo intentamos indicar aquí los derroteros a seguir. Tal vez se nos tache de imprácticos, o soñadores; pero por lo menos somos sinceros, y creemos que si se sigue éstas directivas, la PAZ mundial será posible. Si no, podemos dejarnos de alucinaciones sentimentales y sensiblerías pacifistas, pues mientras no transformemos al hombre, el mundo seguirá siendo lo que ha sido hasta ahora.
Mientras no logremos la paz en lo íntimo de nuestro ser, no habrá PAZ en ninguna parte del mundo. Mientras no nazca Cristo en nuestro corazón siquiera una sóla vez en toda la vida, ¡No seremos genuinos Cristianos¡. Mientras no seamos dignos Ciudadanos del Universo, no lograremos disfrutar de la felicidad que nos brinda la Vida Eterna. Mientras no volvamos a ser sinceros, no podremos vivir plenamente las potencialidades del espíritu.
Pr. OM Lind SchernrezigMaha Chohan K.H.
Abril 19 de 1945. 210- North Garfield, Ave –Altadena, California, E.U.A.
- Tomemos buen ejemplo de los Mongoles de Gengish Khan, del XIII, y sepamos ser civiles.
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