ES PRECISO EDUCAR A LOS NIÑOS CON BUENOS EJEMPLOS Y NO CON CASTIGOS
"No hay mayores bendiciones o poder más milagroso que el Amor" Pr. OM Lind |
Pegar, regañar o castigar, no es manera lógica para educar y rehabilitar a los niños ¿Cómo, de hecho, podemos criar pequeñines maltratándoles y rehusándoles el constante manjar que representa una verdadera educación?
Los niños nunca debieran considerar a sus padres o mayores como un tipo de permanente gendarme que sólo hacen resaltar sus defectos y los maltratan. Esto, por sí sólo, ya crea sentimientos de odio, pensamientos de venganza, de hipocresía y de engaño, además de los complejos de inferioridad o de piedad hacia sí mismos y una actitud antisocial.
Un niño que recibió una azotaina no es el mismo que era antes de este acontecimiento. Los niños se dan muy bien cuenta de sus posibilidades limitadas y saben que son las víctimas de fuerzas que les son superiores si abusan de ellas, con culpa o con razón. En su espíritu, sin embargo, la diferenciación entre lo justo y falso no existe, pues no se les ha enseñado perfectamente y su grado de conciencia y su poder de juicio no están aún lo suficientemente desarrollados. Pero en sus fueros íntimos, sienten y creen que uno abusó de ellos a causa de su estado de inferioridad.
Sicológicamente, un niño maltratado se siente perseguido y acorralado, impotente y condenado. Es más bien un mal arranque para la gran empresa que es la vida. De hecho, son heridos más mental y moralmente que físicamente, y sicológicamente son confusos y desajustados ¿Por qué abusar de este mundo pequeño cuando es más fácil educarlos?
No basta tampoco decir al niño lo que debe hacer o no hacer. Es preciso guiar a los niños moral y mentalmente haciéndoles comprender por qué es justo comportarse de cierta manera y por qué es falso o malo hacer ciertas cosas. Es preciso asistirlos física y mentalmente, a fin de que sepan en todo momento cual es el buen camino a seguir en la vida, o como deben pensar y sentir.
Los niños se dejan fácilmente rellenar la cabeza con toda suerte de cuentos fantásticos y de convenciones y se dejan formar, desde su más temprana edad, a fin de ser enregimentados como fue el caso con los Ballilas, la juventud nazi y el ejército comunista de los niños. Los niños aceptan cualquier tipo de formación, como los animales, efectivamente, pero no debería tratarlos uno como animales domésticos o criaturas curiosas. No son los pupilos ni los esclavos, cualquiera sean sus rasgos raciales, su educación o su ambiente social. Son gente como ustedes y yo y merecen ciertamente la más tierna atención y la mayor comprensión, pues los moldeamos a nuestra imagen. Son víctimas de un sistema de educación falseada y necesitan una verdadera rehabilitación.
Los niños no deben ser criados con la idea primera de una recompensa o de un castigo. No se debe recompensar un buen comportamiento, un buen pensamiento o un acto noble, pues conllevan ya en ellos mismos la recompensa. Si recompensamos los alumnos por una conducta, esto implica que una buena conducta constituye un tipo de sacrificio. En realidad, es una obligación, y no hay lugar a recompensa cuando cumplimos nuestro deber o por ser lo que uno debe ser. Pero, cuando castigamos, es porque actuamos en contra de ciertos conceptos o convenciones. Los niños deben saber por qué deben comportarse de tal manera y no de tal otra, y por qué es bueno ser justo y recto. Ningún conjunto de castigos podrá marcar un punto en el mental del niño sino, más bien, elevar terribles desilusiones, repulsas, miedo, y el deseo de huir de las responsabilidades, sin tomar en cuenta las ideas de venganza y las actitudes de violencia o la tendencia hacia la injusticia y la guerra.
Los mayores deben tener sus propios problemas, sus caminos y costumbres bien arraigados. Sin embargo no es una razón imponérselos a los niños. Sería cruel forzar a los niños a pensar o vivir como los adultos. Además, su mundo es nuevecito, libre de convenciones y prejuicios sociales o de complejidades doctrinales.
Debemos darnos cuenta que los niños de poca edad, dos a cinco años, son verdaderamente recién llegados y que su mundo es el de la adaptación. Aún a los cuatro años están sujetos a la desorientación, pues el mundo no es exactamente como lo quisieran, sobre todo cuando están desprovistos de una buena dosis de amor y comprensión constante. A esta edad se hacen ya preguntas de gran importancia; necesitan reencontrarse. Tienen la voz interior consciente, más bien activa, pero su mente es sin duda algo miope. Buscan comprender y sentir una parte del gran mecanismo de la vida. Si no saben guiarse, la culpa es de los padres e instructores. No son culpables si no fueron debidamente adiestrados y disciplinados.
Alrededor de los cinco a seis años, los niños han evolucionado lo suficiente para darse cuenta que la vida no es solamente un juego sino también una responsabilidad. Es una responsabilidad si faltan al respeto con los demás o si se sirven mal de su libertad de acción y de su derecho a la vida. El sentimiento y el pensamiento del niño se pronuncian de manera a establecer una balanza y el niño comprende que “debe” conducirse y asegurar un aspecto respetable a su personalidad. Sabe que tiene su propia responsabilidad, aunque los adultos que le rodean no la tienen.
Es a esta edad que los niños se supone han recibido un cierto conjunto de orientaciones y de sentimientos íntimos. La conciencia está supuesta, por así decir, está determinada y formada, a fin de representar una verdadera persona de carácter. Es por eso que no hay razón para establecer un sistema de recompensa o de castigo para los niños, pues es ya suficientemente dañino entre los adultos, tomando en cuenta la poca buena educación que han recibido.
El complejo de culpabilidad es profundamente turbador, porque en los jóvenes los sentimientos tienen raíces profundas, sin embargo muy frágiles e inciertas. Amenazar o pegar a estas tiernas criaturas tiene por efecto suscitar en ellos grandes dudas en cuanto a la protección, el Amor y la comprensión que esperan de sus padres y mayores. Si algunos pierden confianza o dan pie a la desconfianza, viene a ser difícil manejar estos niños y se torna difícil volver a poner orden en su sistema psicoemotivo porque se consideran víctimas del abuso de la fuerza y se sienten tan débiles e impotentes en tales situaciones dificiles. Es por ello que ciertos niños son tan indisciplinados (disipados) aunque parezcan haber olvidado las amenazas y los castigos corporales. Se vuelven a veces groseros (indiscretos) y esconden la intención de expresar sus sentimientos, vengándose sobre alguien o demostrándose a ellos mismos que no son tan débiles e impotentes como su conflicto interior tiende a demostrarlo.
Tales niños son, por cierto, víctimas de su ambiente. Crecen teniendo un carácter de rebeldía únicamente para mostrar que ellos también tienen derecho a ser fuertes y dictatoriales. Buscan encarnar, por transposición, el derecho a defenderse de lo que ellos sufren y mientras más son sometidos más grande es su reacción. La rebeldía puede, de hecho, volverse más que una simple sublimación o una actitud de reacción, pues a veces la injusticia y la crueldad pueden destruir en ellos todos los conceptos morales y el sentido de justicia, moldeando su conciencia en una peligrosa forma de paro. Entonces su sistema neuro-endocrino es profundamente afectado y pueden devenir unos caprichosos sicosomáticos, seguidos de toda suerte de calamidad física y de una disposición fácil a enfermedades terribles.
Este estado de rebeldía de la niñez desaparece usualmente cuando los niños crecen. Sin embargo, deja huellas invariables en la personalidad humana. Las preocupaciones y los nuevos intereses de la vida creados por las diferentes posiciones del mecanismo de la sociedad humana provoca naturalmente condiciones mentales nuevas así como nuevas perspectivas de la vida y posibilidades enteramente nuevas de hacer frente a la vida.
Los niños revoltosos de hoy se vuelven los adolescentes delincuentes y socialmente inadaptables de mañana. Un poco más tarde se los encuentra también entre los moradores de las cárceles, de los hospitales o de los pupilos de los asilos de alienados.
Sin embargo, es absurdo esperar que los niños sean dóciles, pacíficos, justos y sanos, cuando ven a sus mayores comportarse con odio, brutalidad, bribonería o injusticia o entregándose a los vicios y a la violencia. Los niños pueden, por cierto, resistir a los choques de la civilización, pero esto no significa que son unos niños ideales o que encuentran gusto en ser niños siendo como lo son, víctimas de los ambientes que le rodean y de sus mayores, incapaces de asegurarles la paz, la amistad, el Amor y la comprensión. Efectivamente, cuando estos niños crezcan, serán tal vez hasta inteligentes, pero estarán desprovistos de un pensamiento original o de una expresión de sí mismos, y su desencanto interior indecible y su aflicción se reflejará en sus limitaciones y atrofia mental así como en su comportamiento especial y en el estado de su salud débil y decepcionante.
Nuestra solución a todos estos problemas de la niñez se resume en una Educación Integral. Si los niños se sometiesen diariamente a sesiones de análisis de conciencia, de autorrealización y de auto-capacitamiento, problemas semejantes no se presentarían pues no habría elementos para desarrollarlos. Una vez que todas las dudas son disipadas, todo miedo eliminado, todos los malos sentimientos apartados, los niños no tienen ya ninguna razón de confusión o motivos para la desconfianza.
La injusticia, la violencia, la crueldad y una brutal dominación no resuelven nunca los problemas, no demuestran que son noblemente inspirados y no pueden jamás ser buenos consejeros.
Pr. OM Lind Schernrezig