QUIERO CATAR SILENCIO 

DE ANTONIO VELEZ M
Tomado de AMBITO JURIDICO

ADMONICION A LOS IMPERTINENTES

El mundo se encuentra contaminado hasta más allá de los límites permisibles: desechos, basura, chatarra, residuos tóxicos, tecnología obsoleta, ruido… Los mares, los ríos, los lagos, el subsuelo, la atmosfera y la capa de ozono han pagado el precio de soportar a más de 6.500 millones de humanos destruyendo y ensuciando todo.

Y a la gritería de las calles y al bullicio de los sitios públicos se ha sumado la costumbre de mal gusto de obligarnos a la música. En las calles, en los mercados en los restaurantes, en los templos, en los buses y, claro está, en los bares .Y alegan que los clientes lo solicitan. Concesiones al mal gusto. ¿Cómo puede pensar un ser humano de inteligencia normal que la música es un objeto universal esto es, que todos los humanos, por igual, sin distinción de razas de culturas y de edades apetecemos los mismos temas, los mismos ritmos, las mismas canciones, los mismos conciertos?

No han entendido esa verdad tan elemental y confirmada de que la música, como el cepillo de dientes, es personal. Que la música que a mí no me gusta es ruido, si, ruido.Que lo que a mí me estremece, al vecino lo deja frio y al de mas allá lo perturba. Como puede pensar que cuando dos personas se encuentran en un restaurante para comer y, por tanto para conversar con tranquilidad, lo puede hacer con un equipo de sonido de noventa decibeles metido en los oídos, a las malas. Y como no pueden entender que cuando uno se sienta solo a la mesa desea catar silencio.

De verdad se ha perdido el respeto en los lugares públicos, y debemos escuchar, quiéralo o no, la música preferida por el impertinente dueño del negocio. Y los fines de semana debemos  padecer hasta el amanecer la música del impertinente vecino. Y si un día  tenemos la suerte de estar en la gloria, catando silencio, de repente suena la musiquita del celular y comienza nuestro interlocutor mirando al vacio y en nuestras propias orejas, a sostener un monólogo interrumpido, retazos de conversación que perturban el ambiente. La música está aumentando el nivel de imbecilidad del pueblo. Ya no hay tiempo ni espacio para pensar. Hasta mucha gente disciplinada que sale a hacer su caminata matutina, no ve ni oye ni entiende, pues en las orejas lleva insertados los audífonos y la mente sumergida en una canción. ¿Se tratara del horror al vacío? El ensayista  Julio Cesar Londoño bien lo dijo: ¨El horror al vacío nos persigue aun. No podemos ver una pared desnuda, un espacio inodoro o un intervalo silente, porque de inmediato le chantamos un cuadro, una fragancia, una canción¨.

Resignados, como único consuelo, recemos con el poeta León de Greiff esta admonición a los impertinentes:

¨Ruido, ¡callad Pregón de aciago augurio

Yo deseo estar solo. Non curo de compaña.

Quiero catar silencio, mi sola golosina¨