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Lección Especial XII
Por el Venerable Maestro K.H.
(original en francés)
La Habana, 1 de Enero, 1951.
Queridos Discípulos míos:
Cada momento nos ofrece una nueva oportunidad de mejoramiento, crecimiento, aumento de valor, creación y en fin de irradiación. Cada instante de la vida es pues una nueva invitación o, más bien, un llamado a responder a mejores designios. Cada segundo de nuestra vida nos muestra un nuevo viraje que puede significar para nuestro porvenir ya sea una mayor felicidad o bien condiciones nefastas; en fin, nuevas modalidades que nos aseguran nuevos ímpetus, ya sea hacia lo infinito o hacia los abismos desoladores de la vida.
La meta de este Curso es la búsqueda de medios que tienden a dar un mejor bienestar al individuo hasta que alcance la vida en el sentido perfecto de las mejores cualidades del alma, es decir, la Conciencia Espiritual (BODHA). Ya que elegimos la vía más corta y más sencilla, nos corresponde a nosotros comprender cabalmente cómo y por qué participamos a esta Dinámica íntima, cuya meta inmediata es siempre la transmutación de las condiciones del Yo, una alquimia transcendental destinada a asegurar a cada uno la reintegración del YO Universal que es la Esencia Divina.
Sepamos, ante todo, que el alma humana es compleja y esto porque corresponde a un compuesto humano múltiple en posibilidades, pero limitado en sus formas de manifestación. Lo propio de la Naturaleza humana inculta es su fisión bajo la impronta de fuerzas externas, en fin, su desintegración bajo el influjo de las tendencias íntimas que marcan la incultura y la falta de autocontrol. Esta tragedia vivida por el individuo empieza por una forma de atonía psíquica, que lo incapacita para cualquier reacción de su propia voluntad, y es entonces cuando se deja arrastrar por las fuerzas del ambiente o por sus propios instintos. La vida entonces se vuelve para él mecánica y sin sentido universal. El alma se concentra en sí misma, se estructura y condiciona exclusivamente según sus intereses y, finalmente, se condensa en forma de egoísmo.
El individuo así dispuesto se estanca en sus propios intereses, que a menudo no son sino simples ilusiones o placeres malsanos, y entonces el alma se agita, como atravesada por un eje cuyos extremos impulsivos son la lujuria y la codicia. Estas fuerzas se convierten en patrones de vida, y es entonces cuando el potencial humano se desperdicia en impulsos groseros y viciosos.
El alma así propulsada pierde el sentido de la vida y se convierte en un fantasma grotesco, moviéndose en vano en el tiempo y el espacio, buscando siempre satisfacer sus propios fines de existencia monstruosa y parasitaria.
En estas circunstancias, es inútil esperar que el individuo sea sincero, honesto, benévolo y lleno de sentimientos nobles. El alma así condicionada e impulsada sólo es capaz de actitudes monstruosas, intolerantes, irresponsables, en una palabra, satánicas. Esta alma inculta está marcada con el sello de todas las bajezas y no puede responder más que a designios malsanos. Es incapaz de dominarse y se manifiesta como un molino con cuatro brazos, impulsado por todas las fuerzas que se le antoja. Estas ramas son la arrogancia, el orgullo, la hipocresía y la mentira. Cuando este molino funciona bajo un impulso externo, el individuo se vuelve indigno, fanático, artificial, sujeto a un mecanismo hipnótico propicio a todos los dogmas y a todas las tiranías. Cuando se conmueve por dentro, el alma revela sus lacras bajo la forma de pensamientos mezquinos y de sentimientos barrocos que resaltan la fealdad de los bajos fondos del individuo inculto y prisionero de fuerzas ancestrales o tradicionales, o mejor dicho petrificado en lo más espantoso, estados decepcionantes e innobles.
Es preciso comprender bien la estructura del alma humana para conocer mejor su mecanismo. Es imprescindible sobre todo darnos cuenta que la parte mental y psicológica del compuesto humano son el producto de nuestros esfuerzos y aspiraciones.
El hombre se trasmuta mediante esfuerzos y aspiraciones. Si no los hace, sufrirá los choques de las fuerzas correspondientes en su entorno, y si sus propias fuerzas biodinámicas responden a esfuerzos y aspiraciones falsas, malvaadas o simplemente hipócritas, el alma humana se encaminará hacia un destino puramente patológico, mitómano o fundamentalmente satánico.
Cada uno debe perseguir el destino de su elección. Esto constituye ciertamente el primer y el mayor de los Derechos humanos.
Sin embargo, no es mediante doctrinas místicas y dogmas metafísicos que se logra cambiar el alma y la naturaleza humana. Los cultos y las tradiciones atiborran el compuesto humano, pero no lo transforman. Las doctrinas teológicas inquietan el alma, pero no la liberan. Por cierto, lo que más necesita el individuo es el libre ejercicio de sus derechos autónomos en el seno de la Naturaleza, y cuando el alma está bien orientada, busca su apaciguamiento, teme toda forma de tutela y servidumbre. Busca las expansiones luminosas que la liberan de ataduras secretas o misteriosas que afectan su dignidad y su soberanía.
Nuestra Dinámica filosófica y espiritual se caracteriza por la transubstanciación que mejora todo el compuesto humano. Esto no tiene ningún parentesco con el ocultismo ni con ninguna de las manías sofisticadas que hacen de Dios un juguete del hombre y del Universo, un objeto de codicia de mitómanos y de archiegoístas.
El Discípulo debe formarse desde ahora una idea de las condiciones de la verdadera búsqueda espiritual, es decir de la realización vital del Verbo Eterno en nosotros mismos, por derecho del merecimiento individual, y por la magia incomparable e insubstituible de una voluntad purificada. Presentamos esto bajo la forma de diez etapas que se complementan entre sí, como los diferentes radios de una rueda.
Esta rueda simbólica concretiza las condiciones fundamentales del Discipulado o de la Iniciación al Verbo de Vida. Figurémonos, en efecto, una rueda cuyo eje es el alma, y pivote propulsor, la vitalidad en sus formas esenciales. El alma se inspira o se impregna del Verbo de la vida cuando lo quiere, pero puede también no responder al potencial de la vida, prefiriendo actuar a su manera. En el primer caso, el alma y todo el conjunto humano responde a los designios de la Vida Universal, mientras que en el otro caso, el individuo es víctima de su propia inercia, de sus propios caprichos o de sus propios vicios.
Los radios de nuestra rueda simbólica están fijados al eje por la fuerza de voluntad, la cual organiza la mecánica del alma y constituye así el reto de las fuerzas que aseguran el destino humano. Estos rayos son: el pensamiento, el designio, el objetivo el orden, la conducta, la justicia, el comportamiento, la actitud, los modales y el humor. Cada uno de estos radios constituye condiciones que, bien galvanizadas por un alma templada en el puro idealismo, representan las cualidades que nos son queridas. Son también condiciones que aseguran nuestro destino.
Por el contrario, una persona intolerante o malhumorada podrá adherirse a las fórmulas filosóficas más trascendentales, pero no estará más capacitada para ello.
El individuo debe aprender a orientar su vida por medio de atributos ennoblecedores, generosos, ordenados, equitativos y respetuosos. La vida individual debe fundarse sobre unos derechos que representan al mismo tiempo unas obligaciones, o si se quiere, sobre unos objetivos llamados a convertirse en cualidades.
Esta Enseñanza exige ser puesta en práctica, incesante e incondicional. Sin embargo, cuidémonos de nuestra propia fantasía, así como de la hipocresía ajena. Por lo menos no nos dejemos alucinar por los falsos razonamientos o lucecitas engañosas.
Cuando se es sincero, se hace imposible dejarse apartar, porque uno siempre se mantiene vigilante y se evita toda confusión y apariencias decepcionantes. Sin embargo, hay almas que cultivan el señuelo como forma de vanidad, y se las oye dar muestras de fe en las fuerzas de la Luz, del Amor y de la Sabiduría, sin por ello cesar de traicionar su ideal por todas las formas concebibles de astucia y egoísmo desatado. Otras almas prefieren los destellos del vacío y la ausencia de todo sacrificio, mientras huyen de la responsabilidad moral y el esfuerzo espiritual: sin embargo, no dejan de jactarse de sus virtudes, sus poderes, por el simple hecho de que se imaginan tenerlos. Desgraciadamente, las ilusiones humanas son siempre engañosas.
Las realidades del alma cultivada, es decir las condiciones que caracterizan al Discípulo o al Iniciado son reales. Son cualidades y méritos indiscutibles, permanentes, características netas, que se manifiestan como la fregancia y los colores de la flor yd el fruto en la planta.
Las almas sujetas a los sentidos engañosos se complacen en el engaño. Como llevan una vida en el engaño, no saben más que engañar. Naturalmente, a todos les gusta justificarse a su manera y quieren creerse más perfectos de lo que realmente son. Ahí de nuevo, el alma verdaderamente juiciosa reacciona siempre de una manera humilde y honrada. Cuando se actúa según los Principios de la Vida, no puede convertirse uno en víctima de ninguna ilusión, y sobre todo no se ata a los espejismos del egoísmo. Uno, más bien, se basa sobre las nitideces de la conciencia desprovista de adornos convencionales.
Cada uno debe vivir plenamente, según sus propios atributos, sabiendo bien que el Sendero no puede ser engañoso para las almas que viven sinceramente esta Enseñanza rehabilitadora.
Si cada momento es para nosotros un nuevo motivo de rehabilitación, se convierte también en un impulso hacia la Verdad absoluta donde reinan los mejores Principios de la Vida.
Tratemos de hacer de nuestra vida diaria un permanente renacimiento rehabilitador y una constante comunión espiritual.
Rehabilitarse íntimamente es buscar vivir y responder a los verdaderos designios de la Vida. Aunque festejemos Navidad todos los días, o si imitásemos a Cristo a cada segundo, eso no nos haría avanzar en nada, porque mientras no se vive profundamente lo que se admira e idealiza, no se lo puede honrar ni glorificar realmente. Para actuar bien, es preciso SER.
Se podrá adherir a todos los Budas y cantar las loas de Brahma en todos los tonos de Mantrams, pero si no se desarrolla en uno mismo las cualidades que caracterizan el Ser Divino, si no se vive las obligaciones superiores de los Iniciados, no se podrá desarrollar en uno mismo los atributos que le rehabiliten verdaderamente. La tarea de cada uno consiste, de hecho, en hacer brillar las Luces Sagradas del alma, momentáneamente obnubiladas por las vilezas y desviadas por las ilusiones de la materia grosera.
Empecemos por comprender bien que la Bodha no es una religión, ni una filosofía, ni una teología, ni una cosmología y que no está llamada a ser administrada o difundida por un clero o sectarios. No puede ser ni secta ni mística, porque representa el Espíritu en sus más puros ímpetus, y al pensamiento en sus manifestaciones más libres y espontaneas.
De ahí que la Bodha sea presentada, más bien, como una Escuela Esotérica y un Hogar Espiritual. Fundamentalmente, Bodha es Conciencia Espiritual. Es por tanto la expresión del saber, manifestado en todo nuestro ser, brotando de lo muy hondo del Yo individual para irradiar en el YO Universal.
La Bodha depende esencialmente de la comprensión. Es la mente plenamente cultivada y dominada, amaestrada, así como el desarrollo de las mejores cualidades físicas, y de los mejores Valores Espirituales. La Bodha es también sinónimo de perfecta expresión del compuesto integral del hombre, en íntima comunión con la Esencia del compuesto universal. Es necesario comprender bien, sin embargo, los fundamentos de esta poderosa realización que es la Bodha, y que permite al individuo resaltar todo su potencial vital. No se trata de ninguna postura mística o de elaboraciones metafísicas complicadas.
Para bien comprender la Bodha, es preciso, ante todo ser capaz de mantener en sí mismo, la mayor simplicidad o, más bien, una amalgama de sinceridad y humildad.
Para bien comprender la Bodha uno debe ante todo experimentar sus condiciones básicas que son:
- 1. La limpieza del cuerpo y del alma.
- 2. Los buenos modales y costumbres.
- 3. La harmonía en los motivos y finalidades.
- 4. La veracidad en los propósitos y aspiraciones.
- 5. El orden en la acción.
- 6. La bondad como motivo e ideal.
Maha Chohan
KUT HUMI LAL SINGH