Clonación terapéutica y reproductiva de seres humanos

Por: José Antonio Ruiz

EX Profesor de la Universidad de Nebrija. Madrid. España.

En: OpenMind. BBVA. 30 noviembre 2023

https://www.bbvaopenmind.com/ciencia/apuntes-cientificos/clonacion-terapeutica-y-reproductiva-de-seres-humanos/

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Ética, estética y censura genética

La modificación genética de embriones humanos es posiblemente la decisión más trascendental a la que se enfrenta la humanidad desde el origen del hombre. Pero la comunidad científica no sabe a qué atenerse; la comunidad política permanece irresponsablemente al margen; y la sociedad civil, en sentido agropecuario, parece haber renegado de su condición de zoon politikón, para entregarse al pan y circo de Juvenal.

Poner palos en las ruedas de la ciencia y del progreso es una necedad. Ningún censor ha salido indemne del juicio de la historia. Pero atentar contra la dignidad del homo sapiens sería una aberración imperdonable que pasaría una factura impagable a nuestra civilización.

La cuestión es: ¿Tiene sentido seguir prohibiendo investigar la gastrulación, que es la etapa más importante de nuestra existencia biológica? ¿Dónde situamos la línea roja infranqueable, conscientes como somos de que, si damos el paso de manipular genéticamente la línea germinal[1], el cambio será irreversible y cambiará el rumbo evolutivo de nuestro árbol hereditario?

Jennifer Doudna (Nobel de Química 2020 junto a Emmanuelle Charpentier), tuvo algo más que una premonición: «Desde el momento en el que supe que unos científicos habían empleado CRISPR en embriones de primates para crear los primeros monos editados genéticamente, ya me estaba preguntando cuánto tardaría algún científico poco ortodoxo en hacer lo mismo en seres humanos».Si se puede, y se puede, porque ya estamos en condiciones de modificar el código genético que define a cualquier especie, incluida la nuestra, se hará, si es que acaso no se ha hecho ya, pues es muy probable que alguien, en algún lugar del planeta Tierra (o del espacio interestelar), haya cambiado ya la composición genética sapiens.

Más pronto de lo que alcanzamos a imaginar, la realidad acabará superando a la ficción cinematográfica, plasmada en películas como Splice (Experimento mortal, 2009), protagonizada por dos científicos que deciden ignorar la prohibición de investigar con embriones humanos y terminan creando una criatura híbrida, superados por la Vanitas vanitatum del Eclesiastés.

CLONACIÓN TERAPÉUTICA Y CLONACIÓN REPRODUCTIVA DE SERES HUMANOS

La prudencia extrema es conditio sine qua non en un asunto tan capital. Pero el miedo infundado a lo desconocido suele ser el caldo de cultivo ideal para que prosperen los mensajes catastrofistas de inquisidores que se dedican a distorsionar la realidad de los hechos y agitar la bandera del terror a la experimentación con embriones humanos, que nada tiene que ver con el quid de la cuestión: la diferencia capital entre clonado reproductivo y clonado terapéutico.

Si hubiésemos dejado el mundo en manos de dogmáticos, seguiríamos viviendo en la Edad de Piedra. Y a buen seguro, el profesor Sinya Yamanaka (Nobel de Medicina y Fisiología 2012) hubiera terminado en el cadalso por demostrar que es posible reprogramar células ya diferenciadas y devolverlas a un estado propio de las células madre pluripotentes (células que pueden ‘reconvertirse’ en varios tipos diferentes de células o tejidos del cuerpo).

Si la razón de ser primera y última de la ética es el bien, como dejó escrito Aristóteles en su Ética nicomáquea, ¿sobre qué argumento construyen su discurso quienes se empeñan en imponer dilemas morales apelando a convicciones religiosas, ideológicas o abiertamente fundamentalistas? ¿Dónde está el problema si se utilizan células humanas adultas pluripotentes (o sea, células madre, no células de un embrión humano) y se introducen, por ejemplo, en una quimera animal? ¿Qué precepto de la Ley Natural se conculca si se reprograman en el laboratorio células adultas, se devuelven a su estado primigenio, y se convierten en cualquier otro tipo de célula? ¿Hasta qué punto el siniestro legado eugenésico nazi está condicionando una discusión inaplazable?

Por inconcebible que resulte el despropósito, a día de hoy siguen siendo multitud los países que han optado por mantener un marco legal anquilosado en materia de reproducción asistida. Para muchos gobiernos anclados en el Precámbrico, doctrinarios hasta la exasperación, la prohibición de generar embriones humanos para la investigación no admite excepción alguna.

Afortunadamente, la naturaleza no entiende de inmovilismos, ni de censuras previas. Por suerte, los avances científicos siguen su curso inexorable, ajenos a los obstáculos y a la actitud inflexible de los prohibicionistas.

Son muchas todavía las naciones que siguen cuestionando la clonación terapéutica o terapia de sustitución celular mediante transferencia nuclear, capaz de generar células madre embrionarias genéticamente idénticas al paciente. A contrario sensu, aún siguen siendo minoría los países que admiten y apoyan las investigaciones basadas en la clonación terapéutica. Además de Corea del Sur, el trasplante nuclear está permitido en Reino Unido, Bélgica, Suecia, India, China, Japón, Singapur, Israel y unos pocos países más.

Llama la atención que muchos de los que se aferran al ¡No! han perdido adrede la memoria y prefieren olvidar que gracias a la técnica de la transferencia nuclear fue posible clonar a la oveja Dolly. Pocos recuerdan lo que tuvo que aguantar el profesor Sir Ian Wilmut (RIP), vilipendiado hasta la vejación.

En su esencia, el proceso consiste en introducir el núcleo de una célula diferenciada adulta en un óvulo no fertilizado (al que previamente se ha desprovisto de su núcleo) para que se lleve a cabo su reprogramación. De este modo se obtiene un blastocito clónico, del que se derivan células madre genéticamente idénticas, con lo cual desaparece el problema del riesgo de rechazo inmunológico.

Lo cierto es que la técnica del trasplante nuclear sigue cubriendo etapas, respondiendo a las expectativas, y demostrando que, aunque las aplicaciones terapéuticas no son de hoy para mañana, reúne todas las potencialidades necesarias para hacer frente, con garantías, a la curación de enfermedades.

LA CLONACIÓN DEL HOMO SAPIENS

Al segundo siguiente en el que se hizo público el nacimiento de Dolly, la comunidad científica fue perfectamente consciente de que la clonación de la oveja abría automáticamente las compuertas de la presa a unas aguas tempestuosas que imposibles de contener: la clonación de humanos.

El razonamiento es aplastantemente lógico: Si los hechos han demostrado que es posible clonar animales, ¿a qué esperamos para hacer lo propio con personas?

Todavía son mayoría las voces autorizadas que sostienen que cometeríamos una aberración de impredecibles consecuencias si “bendijésemos” la clonación reproductiva de seres humanos.

Pero todo el mundo sabe que, más allá de los llamamientos masivos a la responsabilidad y a los principios éticos más elementales, si se puede (y también se puede, por monstruosos que puedan ser los resultados) se hará.

De momento, para lo único que parecen haber servido los reiterados intentos fallidos de aplicar la transferencia nuclear a los humanos (tanto los reconocidos públicamente como los que se llevan a cabo en laboratorios secretos, clandestinos), es para alimentar el miedo infundado a la clonación terapéutica y alentar las aviesas intenciones de quienes de manera interesada tratan de confundirla con la clonación reproductiva, a fin de desautorizarla.

Nada tienen que ver la una con la otra. Mientras el clonado reproductivo persigue crear un ser genéticamente idéntico a otro, el clonado terapéutico busca obtener células madre genéticamente idénticas con el fin de usarlas para su curación sin causar rechazo.

Confundir ambos tipos de clonado, por ignorancia o de forma deliberada (para alimentar con malicia la confusión en un tótum revolútum inmanejable), es un despropósito inaceptable, sobre todo en este segundo supuesto, por lo que conviene dejar muy claro el «no» generalizado (pero con muchas excepciones) de la comunidad científica al clonado reproductivo, y el «sí» al clonado terapéutico, que abre la vía a la curación de enfermedades.

A principios de 2001, Reino Unido tomó la decisión consecuente de despenalizar la utilización de embriones humanos para investigación en células madre, al mismo tiempo que adoptaba medidas para impulsarla. Desde entonces hasta la fecha, el mundo no se ha venido abajo, como pronosticaban los agoreros que hicieron lo indecible por evitarlo apelando a Les Prophéties de Nostradamus.

Hoy, solo desde la desinformación o desde la confusión interesada se puede plantear una moratoria sobre la utilización de embriones humanos para investigación en células madre; como solo desde el desconocimiento cósmico o desde la maledicencia de un inquisidor se puede reprobar desde el punto de vista moral la destrucción (inevitable) de embriones humanos para investigación.

¿Qué sería de los padres que recurren a la reproducción asistida, donde se generan muchos más embriones de los que finalmente se implantan?

LA DIGNITATIS HUMANAE

En conclusión: el trasplante nuclear reúne todas las condiciones necesarias para consolidarse como una herramienta de curación. Nada hay que temer si se garantiza al máximo la dignidad humana.

No se trata de conceder a los científicos patente de corso, un cheque en blanco, para que investiguen sin ningún tipo de reparo con embriones humanos; pero sí de proporcionarles el marco regulador de referencia para que hagan su trabajo, de manera transparente e inequívoca y bajo la supervisión de autoridades y organismos independientes que salvaguarden la dignitatis humanae, la columna vertebral que imprime sentido a la bioética y, quizás, a nuestra propia existencia.

La historia ha seguido su curso, porque afortunadamente siempre ha habido mujeres y hombres elegidos por el destino para cuestionarla, para poner en entredicho el statu quo y para contravenir los planteamientos doctrinarios indubitables, asumiendo las consecuencias del desafío. A un servidor, las opiniones inapelables siempre le han provocado sarpullidos.

Un día de hace mucho tiempo, allá por el Devónico, un pez óseo de aletas lobuladas perdió el juicio, se aventuró a salir del agua, abandonó a los suyos, y se convirtió en el primer tetrápodo (del griego tetra, «cuatro», y podo, «pies»), el primer vertebrado terrestre. De no ser por él (¡bendito ataque de locura!), los humanos no existiríamos.

Solo los grandes hombres se atreven a derribar muros, aun siendo conscientes del riesgo de acabar magullados bajo los escombros. Como dejó escrito sir Karl Popper, probablemente el filósofo de la ciencia más influente del siglo xx (y también el más escéptico), fundador del falsacionismo o racionalismo crítico, en su obra Logik der Forschung (La lógica de la investigación científica, 1934), todos los grandes logros han desafiado el sentido común.

Algunos pagaron su herejía teniendo que rendir cuentas ante el Santo Oficio, como Galileo Galilei, condenado a prisión perpetua y conminado a abjurar de sus ideas por burlarse del geocentrismo de Ptolomeo y declarar su público afecto por Copérnico. Otros, como Miguel Servet, acabaron directamente en la hoguera de las vanidades (en The Bonfire of the Vanities, que diría Tom Wolfe), quemados en efigie por atreverse a pensar y discrepar con fundamento.

A pesar de los años transcurridos desde 1978, todavía resuena en los anaqueles de las hemerotecas la campaña de linchamiento de la que fueron víctimas los pioneros de la reproducción asistida, como si fuesen herejes merecedores de la excomunión, cuando anunciaron el nacimiento de Louise Brown, la primera ‘bebé probeta’.

Como en muchas otras facetas de la vida, el tiempo y los hechos suelen acabar imponiéndose siempre, al margen de las opiniones a favor o en contra. Es lo que ha sucedido, por ejemplo, con el ‘turismo reproductivo’: una realidad fáctica que ha pasado a formar parte de la vida cotidiana, con absoluta naturalidad, sin perjuicio de las muestras de adhesión o desprecio que en su momento encendieron la mecha de la polémica.

EL MAYOR MISTERIO DE LA VIDA ES LA PROPIA VIDA

La biología atraviesa por un momento revolucionario crucial. Es cuestión de tiempo que los humanos seamos la única especie capaz de dirigir el destino de nuestra propia evolución.

Los interrogantes sobre nuestra especie se atropellan en un mar de dudas y el horizonte no nos permite vislumbrar el porvenir con la claridad y el sentido de la anticipación que desearíamos.

A pesar de los avances, el pasado sigue estando lleno de preguntas que el presente aún no ha sido capaz de responder. Incluso las leyes que sostienen nuestras actuales certezas se tambalean.

En El Último Sapiens recojo la sincera reflexión del profesor Juan Carlos Izpisua: «Confieso que siento vértigo todos los días al cruzar el umbral de la puerta que da acceso al laboratorio. No me avergüenza reconocer que incluso siento miedo, un miedo apasionante, ante la sucesión incontenible de descubrimientos científicos».

Estamos viviendo un momento trascendental para el devenir de la humanidad. Llegará el día en el que tengamos que decidir (la sociedad en su conjunto, no los científicos) si actuamos o no sobre las células inmortales (el espermatozoide y el óvulo), sabiendo como sabemos que, si finalmente damos el paso, la decisión no tendrá marcha atrás, porque el cambio será para siempre, ya que habremos alterado el rumbo natural de la evolución.

Por eso es tan importante que la sociedad conozca lo que se está haciendo, y que las autoridades, los gobiernos, comprendan que los científicos pueden y deben participar en la discusión, pero no es a ellos a quienes corresponde establecer las reglas de juego.

Un día estaremos en condiciones no solo de hacer frente con éxito a enfermedades hoy por hoy incurables, o de erradicarlas por completo, sino también de mejorar la especie humana o incluso de crear especies distintas a la Sapiens. La pregunta es: ¿debemos hacerlo?

Hoy hablamos de posibilidades; mañana, de certezas. La sociedad que hoy conocemos dejará de ser muy pronto la sociedad que hemos conocido hasta donde nos alcanza la memoria, pues el día menos pensado saltará la sorpresa, que aguarda a la vuelta de la esquina. Y cuando esto suceda, que sucederá, convendría saber a qué atenernos tan pronto como consigamos recuperarnos del estado de shock.

Estamos en condiciones de alterar la evolución, en lugar de aguardar pacientemente a que la naturaleza siga su curso para que el azar obre en consecuencia. Tenemos que ser muy conscientes de lo que esto significa o puede representar para la vida humana.

Un día estaremos incluso en condiciones de crear superhombres o, por el contrario, seres infradotados, alterando, por ejemplo, la capacidad cognitiva de los humanos. La pregunta es: ¿debemos hacerlo?

Por esto y por mucho más, es vital e inaplazable que la sociedad sepa lo que están investigando los científicos y que lo conozca de manera apropiada. También que los gobernantes actúen en consecuencia, pero desde el conocimiento y desde la discusión ética. Solo así estaremos en disposición de comenzar a vislumbrar qué va a ser de la especie humana el día de mañana, y sobre todo qué queremos que sea dentro del margen de maniobra que dependa de nosotros.

Estamos en un momento revolucionario en la evolución de la especie, de la vida en nuestro planeta. No es fácil presagiar hacia dónde nos dirigimos, pero sí es de sentido común intuir que lo que hagamos ahora puede cambiar la especie humana, todos los organismos, toda forma de vida en la Tierra.

Bibliografía

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[1] Definición de línea germinal del National Human Genome Research Institute: La línea germinal hace referencia a las células sexuales (los óvulos y los espermatozoides) que los organismos de reproducción sexual usan para transmitir su genoma de una generación a otra (de los progenitores a la descendencia). Los óvulos y los espermatozoides se llaman células germinales, a diferencia de otras células del cuerpo, que reciben el nombre de células somáticas.