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Editorial

VICTORIA Y TRIUNFO 

Tomado de: Revista Ariel Nº 41 Vol.5 Ago. – Sep. de 1944
Artículo reeditado el 21 de Diciembre de 2002 en el libro “PAZ”,
Selección de Artículos del Pr. OM Lind Schernrezig

 

Una Victoria no es necesariamente un Triunfo. Se puede ganar grandes batallas, hacer estupendas conquistas, lograr magníficos progresos, y sin embargo ser un derrotado de diversas maneras.

Un ideal por el cual se mata, o que nos conduce a grandes conquistas, no es en realidad triunfante sino cuando es VÍVIDO. No basta que se le imponga a sangre y fuego. Magníficos ejemplos de todo esto nos lo dan los totalitarios de reciente cuño; sus ideales se tradujeron en enormes conquistas y estruendosas Victorias… pero sus logros eran señeros de DERROTA pese a sus mejores entusiasmos y mayores glorificaciones.

En lo que respecta a la DEMOCRACIA, debemos así mismo advertir a quien concierne que la ansiada y bien pagada Victoria, que ya se perfila en los turbulentos horizontes del mundo todo ensangrentado, debe ser algo más que una meta en sí.

La Victoria Democrática debe ser algo más que una simple recuperación de derechos y prestigios. Una Victoria sin más finalidad que esta, sería un coronamiento incompleto a las terribles pruebas y tremendos sacrificios por los que ha pasado la especie humana últimamente, y ciertamente una condición poco digna del ideal que se ha enarbolado. Una Victoria que no acaba con la desolación de las almas y deja en los corazones la duda, el temor y la desesperación, no se justifica en nada.

La DEMOCRACIA debe salir Victoriosa en esta trascendental justa histórica, y no está lejos ya su día de gloria. Pero debemos percatarnos bien de que una Victoria que no CREA NADA NUEVO y que no VITALIZA A LA ESPECIE HUMANA, honrándola, dignificándola, elevándola a la categoría de lo que le toca glorificar, no se justifica a sí misma.

La DEMOCRACIA ha sido resumida en ecuaciones fundamentales tanto en la "Carta del Atlántico" como en las "Declaraciones de Teherán y Moscú" y en las "Cuatro Libertades" Rooseveltianas, fundamentos que subyugan por lo novedoso de sus postulaciones y poderosísimos por lo oportuno de su recordación, que lanzan un inmenso índice acusatorio al pasado, en que la humanidad ha vivido pregonando sus diversos Decálogos religiosos sin jamás ponerlos de veras en práctica. Estos recordatorios magníficamente postulados en momentos de extremo peligro, deben servirnos por siempre jamás de brújula en todos los asuntos mundiales, deben sobre todo constituir la base de todas nuestras proyecciones ideales, pero de manera práctica, a fin de que no se queden como despistadores señeros de menguados ideales y falsarias filosofías oportunistas.

Decididamente, la victoria democrática debe ser el "punto de partida" de una proyección trascendental de los ideales justificadores que acabamos de enunciar. De otro modo, tendríamos una magnífica Victoria pero una Victoria de hecho sin Gloria. Y de ser así, la trascendencia del momento histórico quedaría falseada, por obra y gracia del sentido misionero de esta guerra definitivamente torcido por la vanidad, la ambición, la lujuria y la bajeza infame de los hombres.

Los ideales y principios justificadores de la DEMOCRACIA exigen de la entera humanidad una Conciencia Dignificada, una rehabilitación en fin que encauce la evolución del mundo por derroteros de genuina edificación moral, de indiscutible higiene mental y de inconfundible aristocracia y nobleza del alma (ESPIRITUAL). La VICTORIA DEMOCRÁTICA, pues, no radica en realidad en las batallas ganadas por las armas, sino más bien en el triunfo de la campaña, hecho posible por la tenacidad, la magnanimidad y la fortaleza moral de quienes supieron sacrificarse por ideales emancipadores y dignificadores de la Conciencia humana. Por eso hemos dicho - y nunca lo repetiremos bastante - que además de la VICTORIA DEMOCRÁTICA, se debe lograr el TRIUNFO DEL ESPÍRITU.

¡Si se falsease el sentido misionero de esta guerra, olvidando a última hora los sacrosantos ideales que venimos propugnando con tantos sacrificios, para dejar a los eternos logreros de la política, a los farsantes y malignos representantes de la diplomacia secreta, a los sempiternos rapiñosos que pregonan intereses Divinos, y si se sigue con los sistemas de "Bloques nacionales", de "Esferas de influencia", de colonias y de secretos imperios financieros, la Victoria Democrática no se reducirá a grandes cosas, ni merecerá siquiera las cenizas de todo lo que se ha destruido durante esta guerra, ni el recuerdo de todas las víctimas caídas, ni tampoco las energías gastadas por los demagogos infulosos que dieron prueba de sus improvisados "providencialismos" POR DERECHO PROPIO porque sí! Verdaderamente, la post-guerra tiene algunos visos que asustan por las incógnitas que reservan, y en fin sobre todo porque hay evidencias de que la Paz será firmada por hombres de otras épocas, precisamente los que ni supieron evitar la guerra ni hicieron nada por impedir o erradicar sus causas, han de proceder de acuerdo con procedimientos anticuados que dieron resultados ya harto conocidos por lo negativos, nefastos y malignos.

Nuestra contestación fundamental es que la VICTORIA DEMOCRÁTICA debe subrayarse, en el día de Gloria de sus armas, con una positiva justificación de los motivos aducidos, pues sólo así se hará justicia a sí propio y se honrará a la especie humana. No proceder así equivaldría a estafar los mejores sentimientos humanos y destruir toda posibilidad de realización práctica de los ideales generosos que dan prestigio a nuestras almas y enriquecen nuestros corazones.

De hecho, la DEMOCRACIA en sus presentes dimensiones conceptuales y realizaciones prácticas, dista de ser algo perfecto. Es, más que una proyección ideal, un hermoso proyecto que necesitamos disfrutar en la práctica. Pero no debemos ser demasiado exigentes con la Humanidad, pues hemos de acordarnos de que hace apenas dos mil años los europeos vestían todavía taparrabos, y en fin a estas horas no hay todavía ningún sistema de filosofía (ciencia del saber) verdaderamente ennoblecedor que merezca universal aprobación (Decir otra cosa aquí sería seguramente mirado como tonta presunción, pero tenemos algo más que decir a este respecto, y no es este el lugar adecuado para ello) Además, la sicología de manadas y los complejos de tribus prevalecen aún en gran parte en los sistemas religiosos y políticos de la humanidad. En realidad, se están dando pasos gigantescos hacia mejores logros, pero no debemos exagerar la capacidad ética del hombre, que todavía confunde el phatos con el ethos, inclinándose al sentimentalismo más que a su capacidad íntima de poder realizador y creador. Sus progresos son lentísimos, y cabe decir que en lo moral deja mucho que desear, si comparamos sus esfuerzos en la conquista de posiciones y de comodidades materiales con sus virtudes en lo que respecta a sus logros morales o éticos, y sobre todo si se le compara como entidad a la mayoría de los animales que él tanto desprecia. ¡Los animales son mucho más morales y cuerdos que el hombre en su modus vivendi! ¿Quién lo duda?

Pero esta oportunidad es muy significativa para dar un buen paso hacia adelante. Si esta guerra no costase tanto, no nos preocuparía tanto los sacrificios incurridos y las destrucciones magníficas que se van logrando. A lo menos el dolor y los sacrificios ponen a prueba la capacidad de conciencia del hombre, este humanimal apenas evolucionado en homozoquete con pretensiones burdas de homosapiens. ¡Y el sufrimiento podría obrar milagros que ni la inteligencia ni los sacrificios diversos de la humanidad han podido hasta ahora producir! Es más, hay un fardo de tradiciones, prejuicios, discriminaciones y costumbres que aplastan a la especie humana, que la encadenan y la condenan a arrastrarse, y no está por tanto nada demás que se liquide buena porción de estos lastres, venenos y prácticas bárbaras, tan cacareadas como CIVILIZACIÓN, mediante eficientes bombardeos a los reductos capitales del fanatismo religioso, de la infamia política, de la rapacidad financiera y de la ignominia racial y social de todas las cataduras que se fueron cebando en la imbecilidad humana en el decurso de escasos siglos, apenas veinte o treinta, que son menos que parpadeos de la furtiva realidad histórica de este mundo (¡tan inmundo!) nuestro. Dicho esto, que venimos repitiendo hace más de tres lustros, puede notarse que somos DEMOCRÁTICOS de principios, y no de oportunistas improvisados, o simplemente para estar a la page.

En estos precisos momentos en que escribimos esto, muchos sistemas que pregonan su Democracia, no son sino virulentos totalitarismos disfrazados malamente de cordura y normalidad. Más aún, resulta difícil hoy en día conocer quienes son los genuinos DEMÓCRATAS, por cuanto cada cual estima sus dudosos valores a su conveniencia, y así bajo la toga de moda se cometen desatinos y no pocas infamias que harían morir de vergüenza a los Cristos, Budas, Adonai, Elohim y Devas habidos y por haber. Pero la verdad es peligrosa cuando es dicha demasiado ostensiblemente, así que más vale evitar peligros por ahora reservándonos el derecho de señalar a los falsos valores cuando sea más oportuno.

Hemos hablado de un VITALIZADOR ESPIRITUAL. ¿Qué es eso? Pues nada menos que la ecumenización de los ideales cardinales de la humanidad, y su potencialización por medio de conceptos y sentimientos auténticamente ESPIRITUALES, que harán posible la positiva justificación de la DEMOCRACIA. Ya lo hemos dicho. Victoria no es necesariamente sinónimo de TRIUNFO. La Democracia podría conseguir la Victoria con sus armas y su inagotable capacidad productiva, pero no se glorificaría ganando la Paz si no se justificara poniendo en práctica sin postergamientos ni dilatorios argumentos los ideales enarbolados como motivos de DEMOCRACIA. Ya sabemos que la Democracia ideal no ha existido nunca, pero esto no es óbice para que siga siendo una utopía o una vana esperanza de desventuradas almas torturadas por el afán de conquistas religiosas y dignificantes.

¿Por qué será tan difícil lograr que seres inteligentes y de extraordinaria capacidad creadora como los hombres no puedan vivir sin su deporte favorito - la guerra - en fin, en paz, en una hermandad de comprensión y mutuo respeto y de beneficio colectivo? ¿Habrá de ser la estupidez, la estulticia, las pasiones y los vicios del hombre siempre más poderosos que los ideales edificantes y las ansias pastorales de nuestras almas?

Claro que sabemos dónde radica todo el mal de la especie humana. No se vaya a creer por un momento que nosotros somos tan necios como para engañarnos, o para dejarnos seducir por las ilusiones de turno en las magníficas gestas históricas del mundo. Es más, tenemos el valor de confesar nuestras pequeñeces, limitaciones e íntimas tragedias, lo mismo que nuestras lacras y comunes fallas. ¡Si fuera de otro modo seríamos indignos de nosotros mismos y de un futuro mejor! Pero sépase, en fin, que los males de la humanidad no se reducen a justas más o menos ideales, económicas y nacionalistas, como ocurre ahora donde cada nación se preocupa máximamente en constituir a las demás en campo de batalla, olvidándose de los magníficos Sermones de la Montaña y de Benares, de los decálogos mosaico y manúicos y de los Versos Dorados de Pitágoras, lo mismo que de los preceptuarios sublimes del LIBRO DE LOS MUERTOS, del TAO TEH KING, del DHAMMAPADHA y del BAGAVAD GITA.

Todo el mal de nuestra época no pertenece en realidad a nuestra época. Es un mal hondo y viejo, un mal de la entera humanidad. Las bajas pasiones y rastreras ambiciones, lo mismo que la lujuria atroz, la estulticia desconcertante, los prejuicios burdos, las tradiciones estupidizadoras y todo el cúmulo de lacras que envenenan al ser humano y agotan su VITALIDAD, privándole de DIGNIDAD y de NOBLEZA DE ALMA, tal como los vemos en la hora actual del mundo, son el producto de simientes idénticas que en el pasado se implantaron en el magma primordial humano. Toda la barbarie, las torpezas que se cometen en nombre de la política que debiera ser ciencia del mejoramiento social, o en el de la religión que debiera ser agencia de rehabilitación humana y de constantes reajustes biosicológicos, todas las infamias que se cometen en nombre de Dios, la Civilización y los más cacareados ideales de Justicia y Libertad, ahora como en todos los tiempos pasados, no son sino el producto de las taras humanas y de los traumas psicológicos que hacen del ser humano un simple autómata franquesteriano de pretéritas falsas culturas y morbosas civilizaciones ¿Qué más podríamos esperar del hombre de hoy, que ha heredado tantas turpitudes atávicas, tantos lastres rufianescos, tantos enredos libidinosos, que ningún sistema de cultura o de pretendida educación han logrado erradicar nunca?

Ni la religión, ni ningún sistema conocido de política o de filosofía ha enfocado jamás los problemas humanos de este modo como lo hacemos nosotros, ni se han dado por enterados siquiera de todo ello. ¿Debemos extrañarnos, pues, del estrepitoso fracaso de la filosofía y del lastimero eunuquismo de la religión en lo que respecta a la eugenesia humana - que nunca han intentado de veras - o en cuestiones de rehabilitación moral y de orientación consciente? El entero mundo está en bancarrota y ello se debe a que se ignora demasiado la naturaleza humana, su estructura y sus funciones, así como sus finalidades en la vida.

Ya es harto tiempo de que nos dejemos de ilusiones y fantásticos idealismos imposibles de realización, y también de ambiciones eternamente irredentas. El hombre seguirá siendo un humanimal bastante brutal, hosco, grosero y vanidoso, entre tanto no se transforme sus condiciones íntimas. Se distraerá soberanamente haciendo grandes guerras mundiales y dando impresiones de gestos epopéyicos, pour sa proper satisfaction , más en el fondo seguirá siendo el clásico LOBO (homo homini lupus est), el ser detestablemente lascivo, eternamente presuntuoso de sus idoneidades celestiales y de estar codeándose con la Divinidad, y en fin el sempiterno animal EGOÍSTA y la bestia apocalíptica seducida por el afán de POSEER. El hombre de hoy no es nada mejor que el de los tiempos de los Faraones, ni estos eran superiores de digamos a los de las cavernas. Lo único que se ha logrado hasta ahora, es, más o menos, domesticarlo; pero en el fondo sigue siendo un infame bárbaro que ningún disfraz de civilización logra atenuar ni postergar. Si no fuera por el policía de la esquina y el juez de justicia (?) y las prisiones eternamente amenazadoras, el hombre civilizado sería una bestia bastante peor que la del filósofo Pascal, quien pretendía no sin mucha razón que "qui faiteléange fait la bete".

Verdaderamente, aterra considerar el futuro inmediato del mundo pues no hay perspectivas de genuinas conquistas morales o de logros Espirituales definitivos. ¿Se ha de pretender hacer la Paz con los hombres de ayer, o con los de ahora? Y ¿Qué ocurrencias podrán tener los facedores de la anhelada Paz de la post-guerra, que merezca considerarse como salvador del atolladero en que la humanidad de encuentra?

Es obvio que la civilización materialista está sufriendo un serio golpe, tal vez definitivo; pero nos preguntamos ¿Dónde hemos de hallar a los hombres capaces o dignos de elaborar el mejor mundo con que todos soñamos en esta trágica hora actual? ¿Acaso habrá que improvisar hombres?

¡No! Nadie tiene, que sepamos, el secreto de Pigmalión en la actualidad, y si hemos de juzgar por el pasado, ni el médico chino ha de arreglar el mundo, ni Dios se atrevería a intentarlo so pena de fracasar.

¡Pero no seamos pesimistas! Hombres sanos y dignos los hay, aunque no hemos de dar con ellos en los reductos de la política. Ni debemos dejarnos atolondrar por los fracasos de los mil y un ayer. Para resolver los graves problemas del momento, y hacer una labor verdaderamente edificante en la Post-guerra, se debe recurrir a hombres de verdaderos valores y méritos, de indiscutible ejecutoria. La humanidad no es tan mala como lo parece. Además, ya lo dijo el magnífico Andrew Jackson: "Un hombre con valor hace mayoría" y "preferible es sacrificar la vida antes que la honradez y la virtud".

¿Cuántos hombres buenos hay en el mundo? Los hay más de lo que podrían figurárselo quienes sólo saben de sus propias turpitudes e infamias.

Pero no perdamos de vista este fundamento capital: mientras no se transforme el ser humano en sus maneras de pensar, en sus actitudes mentales, en sus potencialidades de conciencia, en sus virtudes genitivas, en sus contexturas celulares, en todo su ser íntimo, en fin, es demás que se pretenda decantar ideales alucinatorios y celestiales, o cambiar instituciones y crear novísimos sistemas de enregimentación. La fiebre necia de ORGANIZACIÓN de los hombres sólo conduce a nuevas formas de psicosis y provoca complejos de servilismo y eunuquería, pues el hombre ha nacido para ser LIBRE, y la vida no es asunto de legislación sino un proceso superativo y expansivo de la CONCIENCIA.

¡Transformemos al hombre, y el mundo quedará IPSO FACTO mejorado!

Pr. OM Schernrezig-Lind