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 Secretario general de la ONU murió hace 50 años en un misterioso accidente aéreo

Dag Hammarskjöld

ejemplo de liderazgo moral

dag-hammarskjold

 

Foto: Fuente: Wikipedia

Existen dos tópicos muy generalizados para mayor gloria de los tiempos de incertidumbre que corren. El primero abunda en el lado oscuro de la política entendiendo su ejercicio como pura gestión de contingencias partidistas o electorcitas y no como búsqueda sincera del interés general. El reino del tacticismo. El segundo sostiene que ya no disponemos de líderes y referentes políticos de calidad moral de suficiente calado a cuyo ejemplo aferrarse.

Convendremos en que más vale salir al paso de tales opiniones porque resultaría un desafío de alto riesgo querer impugnar alegremente el grado de veracidad que pretenden. A lo sumo podríamos alegar cierta tendencia a la amnesia selectiva respecto a lo que pueda contradecirlas. Un ejemplo de ello nos lo proporciona el caso de un perfecto olvidado como Dag Hammarskjöld.

Hace cincuenta años –el 18 de septiembre de 1961—moría en un accidente aéreo, sobre el que planean aún importantes interrogantes, el que fuera segundo secretario general de la ONU. Hijo de Hjalmar Hammarskjöld, primer ministro sueco durante la Primera Guerra Mundial y uno de los artífices de la independencia de Noruega en 1906, Dag Hammarskjöld es el vivo ejemplo de un modo de ejercer la política que, sabiéndose al servicio de alguna evidencia de mayor alcance, no se encarama sobre legítimas ambiciones personales ni se debe a pasiones partidistas.

Si bien no militó nunca en ningún partido, este intelectual economista de formación desarrolló eficazmente importantes responsabilidades políticas en los gobiernos socialdemocráticos de una Suecia que llegaría a ser ejemplo para toda Europa, también para Catalunya, de lo que fue la imagen más genuina del Estado de bienestar, en cuya construcción contribuyó de manera decisiva.

Posteriormente, en su faceta de líder mundial siguió firme en su concepción del servicio público como algo que debe trascender a uno mismo. Para muestra, un botón : “En mis nuevas responsabilidades, el hombre privado debe desaparecer y el servidor público internacional ocupará su lugar”, dijo en su discurso de aceptación del cargo de secretario general de la ONU en 1953. La primera medida tomada por Hammarskjöld fue defender la integridad e independencia de la organización frente al maccarthismo y la penetración del FBI en las entrañas de Naciones Unidas.

En plena guerra fría, este innovador por la paz supo lidiar con pericia importantes crisis diplomáticas entre Estados Unidos y China en 1954 o entre Egipto y las potencias occidentales a raíz de la nacionalización del canal de Suez por parte de Gamal Abdel Naser en 1956. Por no citar la invasión soviética de Hungría de aquel mismo año o de los sucesivos conflictos entre Israel y sus vecinos en el polvorín de Oriente Medio. Tiempos de frecuentes tsunamis geopolíticos, como lo son también nuestros días. Su última misión, en la que dejó accidentalmente la vida, fue el conflicto civil posterior a la independencia de Congo. Ese mismo año 1961 recibió el Premio Nobel de la Paz, a título póstumo.

Dag Hammarskjöld se dio en cuerpo y alma a su compromiso contraído con la comunidad internacional y la paz mundial hasta el punto de renunciar y dejar en un muy discreto segundo plano su propia vida personal, cuya soledad quedaba compensada por un trabajo interior y espiritual inédito entre los hombres de su oficio. Es esta faceta que lo convirtió en un líder político singular. No en vano, además de gran estadista, es considerado uno de los místicos del siglo XX, d junto con Simona Weil, Edith Stein o Dietrich Bonhoeffer.

Profundamente abierto al valor de lo trascendente, impulsó por sorpresa de muchos la apertura en la sede neoyorquina de la ONU de un espacio de meditación aconfesional –meditación room--, que definió como un lugar “las puertas del cual están abiertas a las tierras infinitas del pensamiento y la oración”. Las sugerentes páginas de su diario íntimo, encontrado después de su muerte, han sido descritas como la revelación de una auténtica lucha interior y uno de los testamentos espirituales más importantes de nuestros tiempos. Vida activa y vida contemplativa como las dos caras de una misma moneda en la zanja de la política y del compromiso público.

“Si lo has dado todo, salvo la vida, has de saber que no has dado nada”. Palabras heroicas de Ibsen de la que Hammarskjöld se hace eco en sus meditaciones. Su opción de entrega total a sus responsabilidades es un ejemplo de coherencia entre lo dicho y lo hecho. El también ex secretario general de la ONU Kofi Annan, en su discurso con motivo del 40 aniversario de la muerte de Hammarskjöld apuntaba “su devoción por el compromiso y el deber dejaron el listón muy alto para todo servidor público”

Figuras como esta ponen al descubierto, como decía su contemporáneo Saint-Exupéry, que una política despliega su máximo valor cuando está al servicio de alguna evidencia moral. Entender y vivir el compromiso político como donación de sí mismo al servicio del bien común confiere a quien lo ejercita una autoridad moral indiscutible. El testimonio de Hammarskjöld pone de relieve que una vida dada por completo a la comunidad --no entendía de otro modo la misión del político-- significa tomarse muy en serio la responsabilidad del ejemplo. Tarea que, aunque concierne a todos los hombres por igual, pues vivimos en una red de influencias mutuas de la que no podemos escapar, pesa –o debería pesar-- de una manera muy especial entre las personas públicas.

Frente al escepticismo o el cinismo políticamente correctos en relación con las posibilidades de la política de dar algo capaz de dignificarla no está de más recordar a figuras como la de Hammarskjöld. El 50 aniversario de su muerte es buena ocasión para poner de relieve la importancia de disponer de personas con valores pre políticos sólidos –-- es decir, con razones ejemplares de su opción pública --- entre quienes afrontan la responsabilidad nada banal de tomar decisiones en momentos de profunda crisis económica, social y política.

M. Calsina – politólogo
Profesor de la URL y director
del Centre d’Estudis Jordi Pujol.Domingo, 25 de septiembre, 2011.
La Vanguardia