LA PLAGA DEL CHARLATANISMO

Por Pedro de Alba
“Del  Nuevo Humanismo y Otros Ensayos”
México

Los charlatanes hablan de todo sin entender de nada; proyectan reformas y adelantos, que no tienen voluntad ni resolución de efectuar; y tratan ligeramente los asuntos más serios. Con estos certeros rasgos acusaba el charlatanismo el ilustre pensador mexicano del siglo pasado, doctor José María Mora. Cuando las palabras están llenas de un contenido espiritual y la emoción inspira una bella frase, no podemos menos que rendir culto a esa facultad divina de hablar o de escribir. El idioma es un tesoro, en el que a lo largo de los siglos se han depositado las conquistas del pensamiento de los hombres y los matices de su sensibilidad. Por eso, es noble el culto por el lenguaje y la paciente tarea de difundirlo y de perfeccionarlo. El prodigio de un idioma revela las más elevadas facultades creadoras; pero tiene que sufrir también las humillaciones de la rutina cotidiana. Con las mismas voces humildes se construyen las expresiones grises del hablar habitual y los poemas en que brilla la más pura exaltación del alma, cuando los hombres de todos los pueblos cantan las oraciones del Pan, de la Luz, de le Alegría y del Dolor.

Más, de otra parte, sucede también que el dominio de la lengua confiere una habilidad sutil para disfrazar el pensamiento, con propósitos de engaño o disimulo, usándolo como arma escondida o como veneno traidor.

Pero hay otros que todavía desprestigian más el idioma, que aquellos que lo usan como vil instrumento para torcidos propósitos. Son los que lo usan para ningún fin, sino que hablan o escriben simplemente por hablar o por escribir, sin pensar ni en el bien ni en el mal, ni en la belleza ni en la fealdad, ni en la acción ni en la reacción. Estos son los charlatanes esenciales.

Todos los días sufrimos el asalto de personas que nos hablan sin tener nada que decirnos. Sus palabras no responden ni a la necesidad, ni a la simpatía, sino tan sólo a un estéril automatismo verbal.

Hemos perdido el hábito de estar a solas con nosotros mismos, de encender en silencio nuestra luz interior. Como la vida nos lleva tan de prisa, somos tributarios del ruido y del charlatanismo y no hay lugar para un rato de meditación. Por todas partes nos acometen los charlatanes; en el tranvía, en la cátedra, en la tribuna política, en la lucha social, con diversas cartas y con distintos fines, aunque con un fondo idéntico de insustancialidad, de pasatiempo, de alarde pirotécnico, cuando no de necia ineptitud.

Uno aprecia su asiento en el tranvía como un remanso cotidiano, en el que le es posible barajar un juego combinado de pensamientos íntimos de siluetas transeúntes. Pero ese remanso deja de serlo, se malogra a menudo, ya sea por la conversación insustancial de un vecino casi desconocido o por la impertinencia de otras personas próximas que desatan una verbosidad petulante o misérrima, a que tanto tienden multitudes de jóvenes.

Quisiéramos hallar en nuestros muchachos y muchachas exuberancia vital y afirmativa, alegre e ingeniosa. Sufrimos una amarga desilusión al oír a los “jóvenes bien” abordar, por ejemplo, el tema eterno del amor, en una lamentable forma; inflados, huecos y postizos, hablan de sus éxitos y de sus hazañas, del dominio que ejercen sobre las jovencitas de escaparate, noveleras y vacías.  Las niñas de colorete prematuro y artificio de maniquí también tienen su repertorio de sandeces y hasta de actitudes descaradas. Cierto que la juventud tiene sus privilegios; pero no debemos reconocerle el de la fatuidad ni el de nutrir su espíritu con pura hojarasca. Fuerza, audacia, sinceridad y confianza deben ser su patrimonio; pero no amaneramiento, falsedad o mañas alevosas.

Entre los charlatanismos ambientes, los más temibles son el de la cátedra, el de la política y el de la lucha social.

Las palabras del doctor Mora, que he recordado al inicio de este artículo, aunque fueron escritas hace algo más de un siglo, tienen todavía actualidad. El se refería sobre todo a los llamados cultos y achacaba a ciertos colegios el ser incubadores de charlatanes, de esos charlatanes acostumbrados a hablar de mejoras sólo para lucir lo que se llama talento, pero que jamás se ocupan de ejecutarlas, porque las consideran como ideales de  imposible realización y se atienen a la rutina, que es lo que bien o mal,  ha servido de regla práctica de conducta. Y este mismo reproche se podría hacer hoy en día a muchas instituciones educadoras que tienden a formar gentes pedantes y acomodaticias.

Para remediar esos males, es necesario esforzarse en impartir el conocimiento fundamental, en dar la norma precisa, en contener la verbosidad imaginativa. Si la charlatanería se produjera principalmente entre algunos intelectuales, con ser grave la cosa, resultaría menos alarmante. Pero en el caso que también existe por doquier la charlatanería indocta, sobre todo la de los malos políticos y la de los líderes oportunistas en la obra social. Se puede aplicar a tales tipos un calificativo muy  revelador;  el de proyectómanos, es decir sufren manía de hacer proyectos, sin pasar de la formulación verbal y sin ponerlos jamás en práctica.

Cierto es que muchas veces los proyectos no llegan a cumplida realización por múltiples factores o circunstancias, a pesar de que se puso buena fe y tenaz esfuerzo a su servicio. En esos casos, no hay charlatanería ni manía proyectista, sino la frustración por causas ajenas a la voluntad de quien formula los planes y quiere desenvolverlos. Otras veces, teniéndose el decidido propósito de llevarlos a cabo, sin embargo se malogran por inconstancia, por falta de carácter y de trabajo sistematizado. Tales fracasos tampoco constituyen charlatanismo. Estos se dan en el tipo de proyectómano que promete con la deliberada intención de no cumplir, que, con fines interesados, desfigura los hechos y las situaciones y lanza sus frases solamente para engolonizar con quimeras de imposible realización.

También son casos de charlatanería las gentes bien intencionadas que predican y anuncian proyectos realizables, a los que profesan sincera devoción y ardiente entusiasmo, pero que nada positivo hacen para efectuarlos.

He conocido, verbigracia, la protección al indio, la ayuda a los niños y a los débiles, - algunas colmadas de santidad, de pureza, de desinterés – y que, sin embargo, no ejecutan nada de lo que proyectan, heredan con sus palabras y no ven claro; se engrían con los fantástico y no realizan el esfuerzo humilde del principiante. Hay gentes muy estimables que llegan hasta el apostolado; pero que no van más allá de buenos discursos o acertados escritos,  como si, a pesar suyo, estuvieran pagando su tributo al charlatanismo y lo padecieran a modo de herencia incurable. Quizá ese fracaso sea debido, en parte a la falta de orden, de disciplina, de apoyo recíproco. Pero lo cierto es que tal hecho ocurre.