CARTA AGARTEANA A UN SACERDOTE CATOLICO

New York, Enero 31, 1950

Muy Querido Padre,

Hoy no tengo noticias de Ud. y también las noticias de hoy del mundo me impresionan fuertemente, pues me pregunto si los civilizados no están completamente locos. A menudo dan síntomas de haber perdido incluso el gusto a la vida, queriendo vivir cada vez más y más hundidos en sus vicios, sus mentiras, sus odios, sus prejuicios y sus fútiles ilusiones.

¡Decir que después de dos monstruosas epopeyas, el presente siglo ha sufrido ya dos rounds de exaltación de la estupidez humana, siempre en nombre de Dios, de la Cristiandad, de la Libertad, de la Democracia y yo que sé, y sin embargo, hace apenas ocho años, cuando los aliados casi habían perdido la guerra, protestaron de su buena fe ante el mundo con este maravilloso documento: “La Carta del Atlántico”, para relegarla al más perfecto olvido tan pronto como la suerte de sus armas se volvió favorable!  Inútil de recordarnos que estos mismos Aliados se hacen actualmente la guerra abiertamente, en las tierras de China, en Grecia, en Berlín e incluso en la Sede de las Naciones Unidas! Ahora cada uno gasta locas sumas para preparar abiertamente la guerra. Es el colmo de la ignominia.

No tengo gran cosa que decirle esta vez. Así que voy simplemente a exponerle mis pensamientos sobre algunos problemas que Ud. me ha mencionado ya, para no tartamudear ni escribirle por pretexto.

Hace tres días que estoy aquí sin ayuda. Me ocupo de mis asuntos por teléfono, y doy mi correo al cartero que me trae la correspondencia del día. Lo que hay de más grave es que el apartamento que Ud. conoce está muy frío en estos días de invierno sin calefacción, y nada sobre la mesa para domeñar mi hambre. A decir verdad, no tengo un solo céntimo, y me tiene Ud. aquí por así decirlo como el Príncipe encantado del libro de Paul Morand titulado “El Buda Viviente”. Pero no hay nada que temer para mi salud, pues me porto bien y tengo un trabajo enorme que me obliga a mantenerme en mi puesto.

Todos estos sacrificios, a menudo tan duros, incluso para mí, me impulsan con frecuencia a preguntarme si es muy razonable de hacerlos, y si la humanidad los merece  ¿No es verdad que las gentes son verdaderamente inconsecuentes, indignas, crueles e ingratas? Así pues, para continuar ayudando a esta humanidad despedazada por los vicios, las bajas pasiones y una actitud hacia la vida completamente monstruosa y desastrosa, es preciso tener un coraje sobrehumano o unos motivos supraterrestres. Es nuestro caso.

Tal como me lo pedía Ud. en su última carta recibida, le he devuelto sus cartas. Por lo demás, así quedó convenido desde el principio de nuestros intercambios epistolares.

Saldré de aquí dentro de algunos días para Europa, y nos encontraremos probablemente de nuevo allá, sobre los campos de batallas sempiternos donde el intelecto nunca se ha visto claramente definido a la luz de los Principios Universales, y también sobre el continente donde el corazón nunca ha conocido su propia gloria, porque siempre se encenegó en los grandes chantajes místicos, en las tiranías metafísicas y sectarias y encadenado por toda suerte de ortodoxias rastreras, mefíticas y totalitarias. Ante un tal museo de atrocidades llamadas bastante pomposamente “cultura” o “Kultur”, y de nacionalismos odiosos y superfluos, así como de tradiciones rancias y ciertamente poco simpáticas, yo me pregunto como un Dios podría tolerar todo esto sin sentir náuseas. Y es que no se me diga que Dios tolera esto por extrema bondad, pues encuentro que todo esto no es más que una atroz insolencia, una inmoralidad demoníaca, una impiedad monstruosa y un alud incontrolable de pasiones brutales. Tolerar todo esto, es injuriar a la majestad Universal de la Vida!

Sin embargo, me gusta visitar Europa. Sé que allá soy útil y que allí se me quiere. También me divierto bastante, pues es extraordinario lo idiota que puede ser la gente. Me gusta, en fin, ver estos nacionalismos y los sistemas religiosos, así como los partidos políticos pronunciarse de una manera loca y extremada, siempre en busca de falsos prestigios o ávidos de autoridad, y listos a recurrir a la violencia para imponerse en nombre de la Libertad. Así se cometen fácilmente los peores crímenes en nombre del Dios del Amor, las peores locuras en nombre de la dignidad humana, las peores ignominias en nombre de la paz y de la justicia. ¡Es muy trágica esta vida de civilizados! Por doquier entorno a uno no se ve más que policías. Existe por lo menos una docena de clases de diferentes policías que acechan a la gente como si se tratase de fieras prematuramente puestas en libertad, o vigilando la conducta de cada cual, como si todos fuesen unos bribones, bergantes, estafadores, locos o demonios de perversidad.

Incluso las Iglesias y los partidos políticos tienen sus policías secretas y tropas de choque. En fin este espectáculo de civilización hubiera dejado meditativo a Dante y Milton, pues mucho dudo que haya un Infierno y un Purgatorio peor que el que debemos sufrir aquí  ¡Y al decir que hay graciosos fantaseadores que pretenden ser “salvados por Dios” o unos “Enamorados de lo Divino”! las gentes deben ser tuertos de espíritu o completamente ciegos de inteligencia para entregarse a tales ilusiones. En realidad, el modernismo civilizado es una atrocidad organizada, y Europa de ello es el campo de batalla preferido, así como el museo. Todas las ideas carcomidas y todos los dogmas de fuerza figuran en esta Europa, y allí yo me siento como en un prestigioso Asilo de locos furiosos. En efecto cada uno discute de sus derechos, su prestigio, su dignidad, su voluntad egoísta o superlativamente egocéntrica, mas nadie se pregunta si es preciso respetar en los demás y para el prójimo los mismos derechos y las mismas leyes que se reclama para sí. Algunos incluso son chistosos y obstinadamente fantoches en sus reclamaciones, como si Dios se encontrase debajo de su piel.

Europa es una joya de inconsistencia, de tradiciones fantásticas, de leyendas doradas y de afectación intelectual. Pero en ninguna parte se percibe la menor prueba de una efervescencia del corazón. Para el europeo clásico, el sentimiento, la Verdad, la Justicia y la autoridad no residen más que en la auto-pretensión afirmativa. Ciertamente hizo falta europeos para crear el dogma de la Divinidad humana, como si Dios hubiese creado los hombres perfectos, a su imagen y semejanza. De ahí a proclamar el derecho del europeo a “colonizar” la gente de otros continentes o a condenar como vil superchería mística o fabricación demoníaca todo lo que no sea de su conveniencia, no hay más que un paso de pithecanthropus arrogante y supersticioso, insolente y fanático, brutal y rencoroso como un parásito.

Para mí, Europa es una experiencia que se debe hacer, como extranjero. No hay nada extraño, en fin, si Europa ve espías, demonios y estafadores por doquier, sobre todo en los que no llevan en sus costados la impronta del chauvinismo (patrioterismo) execrable de moda, o la tarjeta de esclavitud a un partido cualquiera con ansias de poder.

Visitar Europa es ir a conocer a fondo los individuos y las instituciones que han creado estos fenómenos de Asia, de África y de América, donde el europeismo se impone con arrogancia trágica en forma de prejuicios y de vicios, de tradiciones grotescas y de ideologías mezquinas. Nada extraño en fin, si las masas imbecilizadas por las doctrinas místicas, castrados por los dogmatismos ortodoxos, emasculados por una educación de hipocresía, encadenadas por las mentiras tradicionales y las ilusiones creadas por la violencia triunfante, sigan mansamente y con resignación, sin decisión ni dignidad individual, sin carácter moral ni espiritual, doblegándose a la voluntad totalitaria del primer dictador sensual y vengativo lleno de odio, o del sistema que más les promete sin exigir esfuerzo ni mérito a cambio. Europa ha creado la esclavitud mental y la flaqueza moral como institución social; sin ella el comunismo nunca hubiera nacido. La prueba es que en los pueblos no civilizados, donde las masas son mucho más numerosas que en Europa, el comunismo esclavizador y envilecedor no tiene dominio ni prestigio.

Europa es un monumento viviente, bajo forma de civilización que representa la descomposición del alma humana bajo el yugo de las pasiones y bajo el imperio de los dogmas de ocasión, en el cual la quiebra moral y espiritual, la impotencia y la indignidad moral y espiritual demuestran la tragedia de las purulencias del alma, que tiene en el lugar del corazón una bolsa con el precio de las ambiciones y de las ilusiones de cada uno. Pues todo tiene un precio para estos famosos civilizados, incluso el derecho de inscripción en el registro de nacimiento, la fosa donde el cuerpo debe descansar en último lugar, y todo el resto en el curso de la vida, incluso los servicios de Misa, los Bautismos y las Indulgencias.

Si los europeos recibiesen una mejor educación del corazón y del alma, lograrían comprender mejor todo esto, y librarse de las trabas de la vida que hacen de su existencia una miseria sin fin, con intervalos de guerras monstruosas y periódicas. Pero si así fuese ¿cómo subsistirían las Iglesias y los Partidos, los nacionalismos huraños y los clanes económicos?

A decir verdad, la civilización entera es un insulto a la vida. Es una organización monstruosa. Moralmente son la mentira y la hipocresía  las que triunfan. Culturalmente, es el egoísmo y la violencia los que reinan. Ideológicamente es la ley del más fuerte la que tiene la razón, y el más fuerte es el más indigno, más crapuloso, más fanfarrón o más abyecto ¡ Y decir que esta civilización es generalmente alabada como “tradición cristiana”, o como “sistema de vida honorable de nuestros antepasados”!  He aquí, en fin, lo que algunos pretenden eternizar, mientras que los comunistas quisieran verla proscrita para siempre, mas sin ofrecer nada mejor a cambio.

No, no creo que el Cristianismo sea el único culpable de este infierno de materialismo idiotizante, esclavizante, destructor y aniquilador. Mejor sería admitir que todos somos culpables, pues todos participamos en ello, sea por nuestra culposa tolerancia, sea por nuestra cobarde o súper egoísta adhesión. Los que no se oponen a ello son los más culpables, naturalmente, sobre todo si glorifican las fuerzas que les provocan. En esto, ni la Iglesia Católica, ni el Cristianismo, ni las forma sucesivas de política o de gobierno no han hecho hasta ahora nada notable para evitar o para remediar esta atroz y trágica situación.

Mas lo aseguro, Querido Padre, que el día que la Cristiandad se haya distinguido en el sentido de evitar el reino del ODIO, de la MALEDICENCIA, de la MALEVOLENCIA, de la AVIDEZ, y de la MENTIRA, la HIPOCRESÍA habrá dejado de existir igual que la falsa moral acomodaticia. En fin, ese día, el egoísmo habrá sufrido su peor derrota. Desgraciadamente sólo hay tres o cuatrocientos de millones de Cristianos, mientras existen en la hora actual más de dos mil millones de individuos no cristianos que no son siempre muy honorables ni sinceros. Es preciso, en fin, empezar por dar buen ejemplo. El alma, envenenada por los dogmas de fuerza y las doctrinas de violencia, o fanáticamente totalitaria, no cesará de sembrar el miedo y el horror, en las almas y sobre el mundo entero.

Ud. me preguntó un día lo que yo entiendo por DISCÍPULO. ¡Ah, Querido Padre! Temo que mi descripción lo haga enrojecerse de vergüenza o palidecer de envidia, o bien sentirse embelesado, pues un DISCÍPULO es todo un espectáculo de Espiritualidad, es un homenaje individual a la Majestad Divina de la Vida Universal.

Pero con mucho gusto le hablaré un poco sobre este tema de la conquista del destino humano, el cual es también el de la suprema justificación de la vida. En primer lugar, el Discípulo queda eternamente Discípulo, por cuanto es una condición seguida de un acto de suprema sinceridad que surge del fondo del corazón y del alma entera. Desde el principio el Discipulado implica un estado de conciencia rehabilitador, en el que participa todo el potencial  del Alma, asistido de un Corazón dispuesto para las experiencias más ennoblecedoras.

A su recepción como Discípulo, el individuo levanta el vuelo, desligándose de las esferas de las ataduras rudimentarias e instintivas, para apartarse de ellas más y más hacia las armonías superiores de la vida. En el curso de esta caminata del alma, rompe cada vez más con los planos inferiores de la vida.

La base del Discipulado Iniciático es la SINCERIDAD constante y completa, en el pensamiento cierto de que el individuo, como el árbol, crecerá por sus propios esfuerzos, y producirá los frutos que corresponden a su vitalidad, a sus aspiraciones, a su dignidad y sus valores fundamentales. Para esta Alma ávida de liberación y de dignificación progresiva, no hay, pues, transigencia posible con la flaqueza o con las circunstancias. Para ella, no hay moratorias ante la falta cometida, pues cada uno es libre de actuar como quiera, y pensar según las mejores intenciones. Si transige con la indignidad o toma partido por el mal, él es el único responsable, y sabe también que será el primero en sufrir las consecuencias, cualesquiera que sean.

Para esta Alma en trance auto regeneración y auto mejoramiento, no hay, pues, absolución alguna ante la falta cometida, salvo por medio del esfuerzo personal en sentido contrario o rehabilitador. Ninguna potencia vicaria cósmica o individual puede, pues, intervenir en su vida, por cuanto sólo ella puede modificar, orientar y sublimar su vida según sus mejores aspiraciones.

Para el DISCÍPULO, pues, no hay comportamiento irresponsable o actitud indigna por cuanto todo cuenta para él. No puede ser, entonces, una víctima de esta existencia episódica de vicios, pasiones brutales, bajezas mentales, remordimientos sicopáticos, exaltaciones emocionales, sentimentalismo místico, ilusiones grotescas, sometimientos indignos, miserias morales, mentiras fútiles y cínico egoísmo, que se acomodan por medio de un arrepentimiento oportuno, mas nunca definitivo. Para él nada de esta moral circunstancial, egoísta, de conveniencia, pues vive en plena conciencia, el corazón siempre dispuesto para la pureza y el alma entregada a propósitos nobles, constructivos y dignificantes.

Le presento aquí el retrato desmenuzado de estos individuos que aman la Verdad y que honran viviendo de acuerdo con los Valores del Espíritu y los Principios Universales. Que aquel que se reconozca en este retrato se contemple largamente y se admire.

El DISCÍPULO es, debido a este hecho mismo y porque está sometido de buen grado a las exigencias morales y a las disciplinas íntimas de la Iniciación Esotérica, un Miembro de la Gran Fraternidad Universal (Maha Sangha). Es, en fin, una expresión del Alma Conciencia Universal, lo que Ud. llamará seguramente el Espíritu Santo o la Tercera Persona de la Santa Trinidad Divina. Así, pues, este individuo no pertenece ya de hecho a la raza humana en el sentido corriente de la palabra  ¡Esta raza tiene aún en nuestra época tanto de lo que el Cristo llamaba “raza de víboras” o “hijos de demonios”! Se ha convertido humanamente en una entidad de conciencia cósmica, el Hombre Cósmico.

Es bastante fácil de distinguir el DISCÍPULO del resto de las almas turbulentas, enloquecidas y esclavizadas de este mundo, pues se auto domina continuamente, y así doma sus instintos, destierra sus prejuicios, aniquila su egoísmo, controla sus pasiones y las destruye, evita los vicios; no sufre las influencias subyugadoras demoníacas del odio, de la malevolencia y de la avidez. Es incapaz de maledicencia y de mentira, y no conoce ni el miedo ni el rencor ni la desengañadora vanidad, ni la arrogancia, ni la fatuidad, ni ninguna forma de abyección moral. Sólo esto bastaría para rendirlo genial, extratelúrico.

Nunca actúa de una manera irresponsable, y no cultiva la esperanza de comprar un día la salvación de su alma o su grandeza espiritual por medio de un compromiso circunstancial o pagando su derecho a una dignidad que no ha merecido. No es una víctima del parasitismo social, volviéndose autómata de alguna ortodoxia triunfante, instrumento de doctrinas de ocasión, esclavo de dogmas de moda dictados por unas potencias misteriosas. Para él, no hay confesión que valga, y no podría rehusar el peso entero de sus propias responsabilidades.

El DISCÍPULO no participa de esta juventud que se deja inspirar por estos dudosos y temibles héroes de la violencia, James Cagnet, Stalin, Mao Tsé Tung, Mussolini, Hitler, Carlo Magno, Julio César, Gil Retz, Barbarroja o William Cromwell. No participando en la decadencia de los valores románticos y en la siniestra quiebra del Verbo del Espíritu, lleva una vida sobria, y no se deja envenenar por el tabaco, el café, el té, la carne, las medicinas farmacéuticas, los licores fuertes, los actos licenciosos, los abusos contra natura, ni siquiera por las simples ilusiones personales. Para él, la grandeza de alma no se mide más que por la fuerza moral, la dignidad intelectual de una mente honesta, limpia y recta, y, en fin, por la nobleza indiscutible del Espíritu. Su vida es un proceso de superación y de perfeccionamiento de conciencia, para llegar a una irradiación íntima, gloriosa, como un Perfecto Loto luminoso que lleva con pleno derecho los atributos Divinos.

El DISCÍPULO, como puede Ud. adivinar, ya no es di domable, ni “avasallable”, ni domesticable. No vive más que por la Libertad íntegra del ser que se expresa en forma de un corazón desprovisto de pasiones, de una conciencia incapaz de sometimiento negativo, y de un alma clara y fuerte dispuesta para las conquistas del Espíritu.

“Si la juventud supiese, si la senilidad pudiese” dice el dicho popular. Pues para el verdadero Discípulo estas diferencias de edad ya no existen, pues él se rejuvenece constantemente, rehaciendo su salud, depurando su sangre y su alma, fortificando su organismo y su corazón, y, en fin, porque sus pensamientos son siempre puros, humildes, rehabilitadores, pacíficos y centrados en las conquistas superiores del alma, las únicas realmente que valen y que son dignas de la perennidad Divina, porque están imbuidos del Verbo Divino del Espíritu Eterno.

El verdadero Discípulo, en fin, cultiva en el centro de su ser un corazón siempre benevolente e irradiante de bondad. Su meta inmediata es precisamente tener un corazón que sea en potencia por lo menos el cuadrado multiplicado por si mismo de las dimensiones de este órgano biosomático y su cerebro debe convertirse sin tardanza en el centro de control de toda su vitalidad. Así, está en condiciones de poner su potencial vital entero al servicio de nobles aspiraciones y de ideales sublimadores.

El Discipulado no es exactamente una filosofía. Es más bien una filogenética bioespiritual que permite la rehabilitación íntegra del ser, tanto desde el punto de vista de la herencia biosicosomática como del karma.

Así el Discípulo se libera de los sindicalismos obligatorios, de las ortodoxias impuestas, de las místicas de los concilios o de las cámaras negras que hacen de los individuos factores numéricos de absolutismos circunstanciales, unos maniquíes de totalitarismos embrutecedores, o de sistemas metafísicos o teológicos que castran la conciencia, endurecen y envilecen el corazón y obnubilan las facultades dignificantes del alma.

Hágame responsable exclusivo de esta especificación, si Ud. quiere, Querido Padre, no le esconderé que mis exigencias no son comunes. Por lo menos, usted sabe ahora lo que represento, lo que aconsejo y persigo y, en fin, mi concepción de una vida muy llena y mejor cumplida.

Hasta pronto, y reciba Ud. siempre mi Bendición íntegra.

Maha Chohan - KH