LA SIMPLIFICACIÓN DE LA VIDA

 

Publicado en El Globo, Madrid, N°10.874, miércoles, 23 de agosto de 1905

Autor: EL MAGO DE LOGROSAN

 

Creedlo. Es preciso simplificar la vida, porque, de otro modo, llegará ella a ser una carga insostenible.

Daos un paseo por esas calles; entrad en distintos centros, llámese oficinas particulares, fábricas, almacenes o lo que sean. No veis allí hombres, sino esclavos, sobre los que pesa una maldición mayor que la de los peñascos de Sísifo. No hay paz, no hay calma para ellos; cual el Judío errante, oyen siempre una voz secreta que los grita: ¡Anda, anda, anda!

Los cerebros están embrutecidos por excesiva tensión, los sentimientos yacen atrofiados, las fantasías aherrojadas, empobrecidas, exhaustos de vida los corazones y decrépitos los organismos, por la surmenage o agotamiento que determina una existencia tan en pugna con las leyes naturales más rudimentarias.

Hay necesidad, no de paliar tamaño mal, sino de imponerle enérgicos correctivos, en sus fuentes mismas, en las causas originarias que le determinan. Son ellas, por desgracia, múltiples, apuntemos algunas.

La primera acaso sea nuestra propia vanidad. Todos nos creemos grandes señores. Nuestra modestia no es más que social, aparente, pero no íntima. Así, cada cual sueña con ser diputado, alcalde o cosa que huela a caciquismo explotador, que nos dé patentes corsarias para el dinero, la influencia o la gloria ilegitimas.

Una centésima parte de la fuerza empleada en estas luchas de pasión a pasión y de hombre a hombre, cuando no de villano a villano, bastaría para inmortalizar en la ciencia el arte, la producción o los apostolados altruistas a sus equivocadas víctimas.

Por esa misma española y petulante necedad, que se llama manía de las grandezas, nadie está contento con su suerte; de ella todos reniegan y son horrible infierno, por tanto, hasta los dulces y tranquilos vivires de la familia.

De familia hablamos, y he aquí que la mujer, con su afán de ostentaciones y lujos, contribuye no pocas veces al desequilibrio económico, origen de aquellas tensiones del espíritu que buscan compensación en el fruto de un trabajo excesivo. La señora de la casa ni se aviene con frecuencia a la modesta esfera de la clase media. Precisa criadas, lujosos mobiliarios, veraneos ostentosos, galas, trapos, afeites y joyas, con su adecuado tren de coche o automóviles, aunque... robados sean por el marido con mil suertes de malas acciones, intrigas, engaños y truhanerías.

Y el qué dirán, ¿quién sabe los daños del qué dirán maldito? Por él todos los lujos, todas las sandeces, todos los extravíos. En los actos de la vida civil el pueril temor al que dirán, propio de nuestro gregario carácter que de su animalidad no ha perdido las huellas, nos obliga a desembolsos excesivos.

Así los actos aquellos resultan verdaderamente temibles, por el cortejo de dispendios superfluos, como hijos de la humana bêtise, que nos traen aparejados ¿Se os avecina un bautizo, boda, entierro o cosa parecida? Pues preveníos.

Los honores fúnebres son algo que, por lo brutal y lo carnal, espanta. "El Excmo. e Ilmo. Sr. D... falleció, etc.; todas las misas que se celebren en las parroquias a, b, c y n, le serán aplicadas"; y esto es lo de menos, como homenaje piadoso. Lo de más es la fastuosidad de los coches, los blandones y demás útiles - inútiles funerarios, sobre todo, ese gasto, más que de dinero, de tiempo, en pésames frívolos, gracias y demás requiebros, que hacen del augusto momento toda una comedia, una farsa, mejor dicho. Contra ellos clamaba, días pasados, en la mejor revista de Francia, un escritor ilustre.

Claro, absorbidos por tanta y tanta balumba de trivialidades, escarceos, nonadas y personalismos, nuestra labor es y tiene que ser absolutamente egoísta. No caben en nuestros pechos ni en nuestras mentes ninguna de esas ideas tenaces, generosas y prácticas que inmortalizaran a muchos hombres de nuestro pasado. Oro, oro, influencia personal, estilo del Instituto de Rochester, es lo que el hombre anhela. ¿Cómo las grandes redenciones van a operarse así? Es imposible.

Vengamos, pues, a los sencillos vivires que no son patrimonio exclusivo de los poetas, pues por ellos dieron su sangre abnegados cual Savonarola y Giordano Bruno. Ellos animan y vivifican al home británico, modelo de organismos fecundos que no se cuidan de lo que importa, y sí se cuidan de lo que vale mucho: paz, ventura, placer de vivir sin ansias ni febriles deseos, ideales y sentimientos generosos. Todo, en fin, lo que es eterno y vivifica. Y el gran proverbio árabe de juzgar todas las obras por la intención, y el hacer que tal intención sea noble y sencilla, al estilo evangélico, sea con nosotros. Quien se reforma y domina a sí propio, es capaz, según Voltaire, de dominar al mundo y como el Eclesiastés hoy diría, sin ser sencillo y bueno no se puede ser sabio, porque es maldición toda ciencia sin virtudes.