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El libro CON-CIENCIA: Ciencia y Conciencia, escrito por el Ing. Luis Eduardo Sierra, Director de la Revista ARIEL y Presidente de la ALIANZA UNIVERSAL, se puede adquirir actualmente en las más importantes tiendas virtuales del mundo: amazón, la casa del libro, libros.cc, el corte inglés, gpogle play, fnac, etc. En formato papel cuesta aprox. 18 dólares + costos de envío hacia algunos países.

Se está promocionando en la web la versión en formato digital para lectura en tabletas, celulares o computadores, por tiempo limitado, celulares y computadores (ePub, ebook, Kindle) por un valor de  1 dólar americano.

Link de Amazón para comprar la versión en formato digital e impreso por el sello Caligrama de Penguin Random House:

https://www.amazon.es/s?k=9788418018763&__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&ref=nb_sb_noss

Puede ser adquirido con Revista ARIEL a un costo de 15 dólares, incluidos gastos de envio dentro de Colombia. Se consigue también en la Librería Nacional, entre otras.

Solicitélo en el email: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. Los ingresos percibidos a través de ARIEL serán donados por el autor a la Alianza Universal.

 

CAPÍTULO 3 del libro CON-CIENCIA: Ciencia y Conciencia

Esclavos de la Realidad Virtual y de las Máquinas

Obesidad tecnológica por exceso de calorías digitales – Adicción infantil – El celular, mucho más que un teléfono – Costos de las intoxicaciones mentales por la realidad virtual – Frontera entre lo físico y la realidad virtual – Fármacos digitales – Détox (tiempo sin pantalla) – El nuevo opio de las masas – Internet, Web y Deep Web – Ya son las máquinas las que nos preguntan – Robots fantasmas – Yo no soy un robot – Millones de toneladas de “basura” electrónica – Producción circular – Propuestas ONU – Desechos electrónicos en Nigeria – Coalición de residuos electrónicos de la ONU.

La obesidad tecnológica se ha convertido en la nueva epidemia que está provocando un excesivo consumo de calorías digitales, reflejado en la dependencia esclavista a las nuevas tecnologías y la creciente angustia y ansiedad que generan en todo momento en sus adictos. Si esto es grave para las personas adolescentes y mayores, qué puede pasar con los hijos de estos obesos digitales y hasta de los infantes que desarrollan sus primeros estadios de crecimiento bajo el yugo hipnótico a estos artefactos. ¿Se convertirán en una generación de idiotas? En alguna medida ya lo son, sin discriminaciones de edad ni género.

No se trata de mera especulación o alarmismo. Existen estudios serios al respecto, como por ejemplo los llevados a cabo por la Universidad de Michigan en Estados Unidos. La Academia Americana de Pediatras calcula en 8 horas el tiempo que pasan los niños en un día con algún medio digital. Su uso se inicia antes de que empiecen incluso a hablar en uno de cada tres niños, y estiman en un 18% los usuarios de Internet que sufren adicción tecnológica en los estados Unidos. En varios países latinoamericanos se calcula en 7 horas diarias aproximadamente el tiempo dedicado a la web sumado Facebook y navegación. Basta con que cada uno revise cuántas veces chequea su celular en el día y en la noche para cuantificar su grado de afección a esta nueva ola. El celular se convirtió en mucho más que un teléfono. Hay quienes lo tienen que tener todo el tiempo a su lado, incluso cuando se van a dormir. Es el bien más preciado, su ausencia provoca pánico.

En un día de trabajo normal, ya no se puede dejar de lado los problemas en casa o viceversa. Hoy los problemas nos acompañan a todas partes y en todo momento resultado de las conexiones. Un estudio revela que trabajadores de los EE.UU. pasaban en promedio cinco horas cada fin de semana comprobando “fuera del trabajo” el correo electrónico del trabajo. En enero de 2019, en el encuentro anual del Foro Económico Mundial, en reunión de presidentes ejecutivos de compañías[1], se enfrentaron al tema de la salud mental y el costo tóxico de nuestras vidas conectadas. Todos coinciden en la necesidad de un nuevo enfoque para la salud mental y el bienestar en el trabajo. Una cultura de 24 horas difumina la división entre el hogar y el trabajo. En todo el mundo, una de cada cuatro personas experimentará enfermedades mentales en su vida, según el encuentro, lo que costará a la economía global aproximadamente 6 billones para 2030. En el Reino Unido el costo por problemas relacionados con la salud mental lo tasan en el 12,1% del PIB total, 225 mil millones de libras esterlinas, unos 297.000 millones de dólares.

Los medios digitales han experimentado el cambio más notorio en la última década. Una mirada retrospectiva nos llevaría a los robustos televisores accionados con perillas, en vez de las pantallas ultra delgadas y con ultra definición en las imágenes y comando de voz. Los smartphones y las tabletas simplemente no existían ni en sueños. Hoy nos sorprenden con sus aplicaciones múltiples. La evolución que han tenido los video juegos es igualmente impresionante. En 2016 se lanzó Pókemon GO, un videojuego de realidad aumentada que alcanzó 45 millones de usuarios activos.

El autor de ciencia ficción Vernor Vinge, citado por Bolter y Engerg[2], nos ofrece su versión de lo que seguirá a las Hololens en su novela “Al final del arco iris” (2006). El año es 2025, y la realidad aumentada se ha convertido en la tecnología dominante. Los que se han adaptado bien a la vida urbana contemporánea llevan unos trajes sofisticados que les permiten ver, oír, sentir e interactuar con el mundo de datos que los rodea. Una serie de sensores implantados por todo el mundo, pero sobre todo en los núcleos de población, atienden y responden a los humanos vestidos con sus particulares trajes, y toda esta tecnología está conectada a un internet futurista con un ancho de banda gigantesco. Este internet de las cosas y las personas es ininterrumpido (al menos cuando la red mundial funciona bien) y los gráficos y las inscripciones son de tal calidad que es imposible saber dónde termina lo físico y comienza lo virtual. Así es como son ahora los medios: personalizados para comunidades concretas, por numerosas que sean (por ejemplo, Facebook)”.

El efecto y adicción producida por el excesivo tiempo que se pasa frente a las pantallas digitales (videojuegos, teléfonos inteligentes, internet y todo lo que se promociona como “realidad virtual”) se está comparando en la actualidad con los efectos producidos por ciertas drogas “duras”. Algunos especialistas se refieren a éstos como “fármacos digitales”, “heroína digital” y “cocaína electrónica”.

Para el Dr. Nicholas Kardaras[3], director de una importante clínica de rehabilitación en Estados Unidos y profesor de medicina en el centro Stony Brook Medicine, el “tiempo en pantalla” está correlacionado con comportamientos adictivos entre los niños y adolescentes y esta adicción no es más fácil de tratar que la misma heroína. Kardaras es autor de un nuevo libro, “Glow Kids”, en el que plantea que en casos severos se hace necesario realizar un détox o una dieta sin 'tiempo de pantalla', algo que es sumamente difícil en nuestra sociedad, por ridículo que pueda sonar. Esto es importante incluso para que los sistemas nerviosos hiperestimulados se puedan restablecer. En el caso de los niños recomienda medidas como usar una computadora de escritorio, evitar el uso de laptops y tabletas en la recámara, cenas sin pantallas y en general ciertas restricciones que pueden ser bien llevadas con actividades alternativas.

En la interesante obra de Klaus Schwab, “La Cuarta Revolución Industrial”[4], refiriéndose a sus usuarios afirma que no ven diferencias entre sus vidas físicas y digitales. “Sus nociones sobre la privacidad son muy distintas de las de las generaciones anteriores. Han crecido compartiendo en las redes sociales sus vidas, su localización, lo que les gusta y lo que no, sus rutinas, sus amistades, sus momentos más personales, sus datos biométricos. Creen que compartir estos datos sirve para mejorar los servicios que reciben, y esperan que dichos datos sean utilizados respetuosamente”.

En algunos países como Francia se está promocionando una idea que está ganando adeptos: abandonar las redes sociales y desconectarse de Internet. En España el Dr. en Filosofía Enric Puig Punyet, de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha escrito el libro “Cómo sobrevivir sin internet y no aislarse del mundo”.

El periódico El Mundo reportó el caso de una bloguera australiana llamada Essena O'Neill, quien gozaba de cientos de miles de seguidores en YouTube e Instagram y decidió borrar todas sus imágenes, escribiendo: “Soy la chica que lo tuvo todo y quiero decirte que tenerlo todo en las redes sociales no significa nada en tu vida real. He dejado que se me definiera por los números y lo único que realmente me hacía sentir bien era conseguir más seguidores, más Me gusta, más repercusión y visitas. Nunca era suficiente”.

Así las cosas, es evidente que la ciencia por sí sola, sin el auxilio de otras ciencias, pueden terminar provocando más daño que bien en la población. De hecho, hay quienes consideran que la realidad virtual será el nuevo y supremo opio de las masas, la tecnología del Samsara. Las empresas diseñan tecnología para volver adictos a sus consumidores, utilizando principios de psicología conductual, de tal manera que los productos persuadan a sus usuarios inspirando conductas direccionadas a establecer comportamientos favorables para las compañías que los diseñan y comercian. Esto explica por qué son tan exitosas empresas como Apple, Facebook, Amazon, LinkedIn, Google, Instagram, WhatsApp, para mencionar sólo algunas. Todos estos aplicativos y redes sociales generan una enorme ansiedad y dependencia que se traducen desde luego en estrés. ¿Cómo incide por ejemplo el tema político en las relaciones interpersonales entre amigos y familiares cuando se desembocan estas emociones a través de las redes sociales?

Hace 10 años Internet era una herramienta de consulta. La mayoría de personas utilizan navegadores con acceso a páginas comerciales. Google tiene indexadas alrededor de 8 billones de páginas. Deep web, una zona inexplorada aún, se considera 500 veces mayor que la web convencional. Al ritmo que avanza el mundo virtual, los humanos vamos a tener que demostrar permanentemente que no somos seres artificiales. Ya no seremos nosotros los que les formulemos preguntas a las máquinas, sino que serán éstas las que nos preguntaran a nosotros, partiendo del inmenso acopio de información de que ya disponen en tiempo real. De hecho, cumplimos una década colocándole un chulo al recuadro “No soy un robot” de las versiones del programa reCatpcha cada vez que queríamos navegar por ciertas páginas. Con la nueva versión, nuestra condición de humanos se reconoce con un gesto de una operación manual a través del ratón.

A finales de 2018, el New York Times[5], publicaba: “Como no se conforman con poseer nuestros datos, nuestros movimientos y nuestras caras, las grandes empresas tecnológicas han patentado durante los últimos años algunos de nuestros gestos. Se han apropiado de los que tienen que ver con la lectura en las pantallas y con la manipulación de dispositivos táctiles. Mientras que los auténticos robots siguen siendo invisibles, pues se encuentran en las plantas de producción de las fábricas más avanzadas y en los quirófanos (sobre todo como grandes brazos mecánicos), o en la nube (en forma informe de inteligencias artificiales), nuestra vida cotidiana se ha ido llenando de ecos de robots, de fantasmas, de embajadores”.

“Pero cuando toda la ropa que vistamos esté conectada a internet y no haya paso, latido, sudoración, pestañeo ni segundo de sueño que no sea procesado y traducido, a ver quién se atreve a llevar una camiseta que diga “Yo no soy un robot”. Durante décadas los hemos imaginado como cuerpos ajenos, sin sospechar que ellos iban a ser nosotros, que en el siglo XXI iba a cobrar pleno sentido aquello que Arthur Rimbaud escribió en una carta de 1871: “Yo es otro”.

El Pr. OM Lind Schernrezig, en “Les Soirées de Lausanne”[6], lo avizoraba desde 1947, en momentos en que no había aparecido aún la realidad virtual: “¿No vemos acaso la máquina imponerse al hombre? Cuando una persona tiene un automóvil, no es ella la dueña, es el automóvil el que la posee. Los hombres, en vez de tener una conciencia humana, tienen unas conciencias de automóviles, de aviones, de locomotoras o de toda suerte de máquinas. Se deja hundir, aniquilar totalmente por la fuerza de estos mecanismos que han creado ellos mismos. En vez de hacer de ellos simplemente sus ayudantes, se volvieron los esclavos físicamente y moralmente hablando. El conjunto de estas máquinas diversas bien parece constituir un nuevo monstruo de la humanidad cuyos intereses se han superpuesto a los suyos”.

En otro orden de ideas, ¿cómo contribuye el mundo electrónico al medio ambiente del planeta? En el marco del Foro Económico Mundial llevado a cabo en Davos (Suiza) en enero de 2019, la ONU, el Consejo Mundial Empresarial de Desarrollo Sustentable y otras organizaciones alertaron que en 2018 se generaron casi 50 millones de toneladas de basura electrónica, equivalentes a unas 4.500 torres Eiffel, valoradas en 62.500 millones de dólares, más que el producto interno bruto de muchos países y tres veces la producción de las minas de plata del mundo. Además de otros minerales valiosos como el platino y el cobalto, hay 100 veces más oro en una tonelada de desechos electrónicos que en una tonelada de mineral de oro. Se estima que el 7% del oro del mundo está en los basureros de desechos electrónicos.

La mitad de la basura electrónica proviene de dispositivos personales como computadores, pantallas, celulares, tabletas y hasta televisores. El resto son electrodomésticos como lavadoras, aires acondicionados y calefacciones. Puede ser tóxica, no es biodegradable y se acumula en el medioambiente, en la tierra, el aire, el agua y los seres vivos.

Un informe de la Bureau of International Recycling (Oficina Internacional de Reciclaje), presentado por Plataforma para Acelerar la Economía Circular (PACE) y la Coalición de Residuos Electrónicos de las Naciones Unidas, lanzado en el Foro Económico Mundial 2019, estimó que en 10 años (2008-2018) este tipo de basura aumentó más del 30%. Según estas proyecciones, para el año 2025 estaremos produciendo 53,9 millones de toneladas y para 2050 aumentará a 120.

Con el arribo de la Cuarta Revolución Industrial y la obsolescencia de muchos de los equipos y aparatos en uso, en una sociedad donde lo desechable es la norma, no hay duda del incremento significativo de los volúmenes de basura electrónica y la necesidad imperiosa de su reciclaje, lo cual debe asumirse más como una oportunidad que como un problema en sí, una interesante materia para emprendedores. Estamos enfrentados a urgentes modificaciones en los hábitos de manejo de estos desechos, no solo por parte de las grandes empresas, instituciones y el mundo académico, sino también de la ciudadanía en general. Todos somos actores principales en este proceso. Ya no se trata ni siquiera de una opción, estamos en la obligación de poner en ejercicio el ingenio humano encontrando oportunidades en estos problemas. Si las aguas negras se están tratando y convirtiendo en agua potable, mucho podría hacerse con los “desechos” de la industria.

Toda la basura electrónica puede reciclarse, el problema es la recolección. La palabra basura debiese suprimirse, a fin de implementar el denominado sistema de producción circular de acuerdo con el cual lo que ya no se usa se reutiliza para otros fines. Hoy en día se recicla menos del 20%; el 80% restante termina en basureros o siendo reciclado de forma ilegal, en ambos casos en condiciones que perjudican el medioambiente y a los trabajadores. En la sola China, 600 mil personas dependen de este reciclaje. Los recicladores informales se exponen a sustancias cancerígenas y peligrosas como el mercurio, el plomo y el cadmio.

La Dirección Ejecutiva Interina del Medio Ambiente de la ONU señala dentro de las soluciones “El diseño de productos duraderos, sistemas de recompra y devolución de productos electrónicos usados, la 'minería urbana' para extraer metales y minerales de desechos electrónicos y la 'desmaterialización' de productos electrónicos mediante el reemplazo de la propiedad absoluta del dispositivo con modelos de alquiler y arrendamiento con el fin de maximizar las oportunidades de reutilización y reciclaje de productos”[7]

“El Gobierno de Nigeria, el Fondo para el Medio Ambiente Mundial y ONU Medio Ambiente anunciaron una iniciativa de US$ 15 millones para lanzar una economía circular de desechos electrónicos en Nigeria… Según la Organización Internacional del Trabajo, hasta 100.000 personas trabajan en el sector informal de desechos electrónicos en Nigeria. Esta inversión ayudara a crear un sistema que formalice a estos trabajadores, dándoles un empleo seguro y decente, al tiempo que captura el valor latente en las 500.000 toneladas de desechos electrónicos que se eliminan en Nigeria anualmente”. He aquí una iniciativa digna y encomiable de imitar por los países altamente desarrollados, donde las cantidades de desechos se incrementan exponencialmente.

La Plataforma para Acelerar la Economía Circular (PACE) es un mecanismo de colaboración público-privado que reúne a más de 50 líderes de organizaciones empresariales, gubernamentales e internacionales, presidida por los directores de ONU Medio Ambiente, el Fondo para el Medio Ambiente Mundial y Royal Philips. Es alojada por el Foro Económico Mundial.

La Coalición de Residuos Electrónicos de las Naciones Unidas es un grupo de siete agencias de la ONU que se han unido para fortalecer la colaboración, crear asociaciones y brindar un apoyo más eficiente a los Estados miembros para abordar el desafío de los residuos electrónicos. La coalición incluye: Organización Internacional del Trabajo (OIT); Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT); ONU Medio Ambiente; Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI); Instituto de las Naciones Unidas para la Formación e Investigación (UNITAR); Universidad de las Naciones Unidas (UNU), y las secretarías de los convenios de Basilea y Estocolmo. Cuenta con el respaldo del Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible (WBCSD), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Foro Económico Mundial y está coordinado por la Secretaría del Grupo de Gestión Ambiental (EMG).

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[1] Parker, Ceri. Davos CEOs open up on mental health – and the toxic toll of our connected lives. Foro Económico Mundial. 24-01-2019.

[2] Bolter, David y Engberg, María. Entornos aumentados y nuevos medios digitales. En: Open Mind. El próximo paso: la vida exponencial. 2017

[3] Kardaras, Nicholas. It´s digital heroin: How screens turn kids into psychotic junkies. 2016.

[4] Schwab, Klaus. La cuarta revolución industrial. 2016.

[5] Carrión, Jorge. La invasión de los algoritmos. The New York Times es. 25-11-2018.

[6] Schernrezig OM Lind. Les Soirées de Lausaanne. 1947.

[7] ONU. Medio Ambiente. Nuevo reporte: es hora de apostar por la economía circular para la basura electrónica. 24-01-2019.