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ESPIRITU Y NATURALEZA

Por: Daisaku Ikeda

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“Si los seres humanos siguen esclavizados por la codicia, la ignorancia y el egoísmo, si se odian y se siguen matando y si el espíritu de la humanidad se convierte en un negro tumor canceroso los hombres destruirán no sólo a los otros seres vivos sino incluso a la Naturaleza misma rompiendo así el lazo vital que nos une al Cosmos. Nuestro planeta quedará desértico y moribundo, y la humanidad se verá separada de sus raíces. Somos libres de elegir el camino que deseamos emprender y la capacidad de elegir lo correcto es innata en cada hombre. El dilema es saber cómo desarrollar la sabiduría potencial inherente a nuestra fuerza vital de manera que actúe a favor de la vida y de la creatividad en el universo. Así, si un ser humano es capaz de amar y confiar no podrá influir sobre otro y menos sobre la vida humana en su totalidad si la fuerza que lo motiva es débil. Por el contrario, si un individuo posee una fuerte motivación pero lo asalta la duda, la desconfianza y el antagonismo hacia los otros corre el riesgo de destruirse a sí mismo y, quizás, a la humanidad como un todo. La filosofía de la unidad entre la existencia subjetiva y el ambiente objetivo constituirá la gran filosofía práctica y salvadora de la humanidad cuando hayamos descubierto el modo de emplear nuestra fuerza vital para crear y hacer progresar la vida tanto a nivel humano como cósmico así como el modo de vivir en verdadera armonía con el Universo.”

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Biografía de Daisaku Ikeda

Daisaku Ikeda nació en Tokio, el 2 de enero de 1928; fue el quinto hijo de una familia de productores de algas marinas. Creció en una época en que el régimen militarista del Japón estaba conduciendo a la nación inexorablemente hacia la guerra. En 1937, año en que las fuertes hostilidades entre el Japón y la China culminaron en la conflagración entre ambos países, el hermano mayor de Ikeda fue enviado al frente de batalla, y luego, al tiempo, otro tanto sucedió con tres hermanos más. Su hermano Kiichi pereció en la guerra, pero la manera en que había expresado su disgusto ante el trato que los militares japoneses le daban al pueblo chino se grabó de manera indeleble en el corazón de Ikeda. 

Cuando Ikeda era un joven adolescente en la década de 1940, el Japón entró en la Segunda Guerra Mundial. Su hogar fue destruido dos veces por ataques aéreos, y él sufrió personalmente la devastación de los bombardeos que arrasaron la ciudad de Tokio, el 9 y el 10 de marzo de 1945, en los que perecieron cien mil habitantes. 

En el caos del Japón de posguerra, Ikeda conoció a Josei Toda (1900-1958), líder de la organización budista Soka Gakkai, quien se había opuesto a las políticas del gobierno durante la época de la guerra y había sufrido persecuciones y dos años de prisión como resultado. Josei Toda estaba dedicado a reconstruir la Soka Gakkai, organización que él había fundado junto con el educador Tsunesaburo Makiguchi (1871-1944) en 1930, y que había resultado casi destruida por el gobierno militarista durante la contienda. Josei Toda estaba convencido de que la filosofía del budismo de Nichiren, que se centraba en el potencial de cada ser humano, habría de ser la clave para alcanzar una transformación social dentro del Japón.

Ikeda ingresó en la Soka Gakkai en 1947. Se consagró por completo a apoyar a Josei Toda y a su visión, y completó su propia educación bajo la tutela de aquel, quien se convirtió en su mentor en la vida. Ikeda asistió a Toda cuando las empresas de este colapsaron durante la guerra y más tarde desempeñó un papel crucial en el monumental proceso de incrementar el número de miembros de la Soka Gakkai de solo tres mil familias en 1951, a setecientas cincuenta mil en 1957.

En mayo de 1960, dos años después de la muerte de Toda, Ikeda, de treinta y dos años, lo sucedió en el cargo de presidente de la Soka Gakkai. Una de las primeras iniciativas que tomó desde su nueva posición fue viajar a ultramar para brindar aliento a los miembros de la Soka Gakkai que vivían en el extranjero. En los Estados Unidos y en otros diversos países que visitó durante los años siguientes, Ikeda estableció una estructura organizativa que alentó y facilitó una interacción más frecuente entre los miembros. En los primeros años de su presidencia, concretó viajes a América del Norte y del Sur; a Europa, Asia, Oriente Medio y Oceanía, y en cada lugar estableció los cimientos de una organización global que hoy cuenta con miembros en ciento noventa y dos países y territorios.

Fue también durante sus viajes al extranjero cuando comenzó a proyectar la fundación de una serie de instituciones destinadas a la investigación académica, el intercambio cultural y el estudio de la paz. Estas incluyen el Instituto de Filosofía Oriental (1962), la Asociación de Conciertos Min-On (1963), el Museo de Bellas Artes Fuji de Tokio (1983), el Centro Ikeda para la Paz, el Saber y el Diálogo (anteriormente, Instituto Bostoniano de Investigación para el Siglo XXI, 1993) y el Instituto Toda de Investigación sobre la Paz Global (1996). 

Tanto Josei Toda como el mentor de este, Tsunesaburo Makiguchi, fueron educadores que se dedicaron a implementar la pedagogía de este último sobre la creación de valor; y una de las iniciativas que tomó Ikeda fue establecer un sistema de instituciones educativas que plasmaran los ideales de sus predecesores. La fundación de las Escuelas Soka de Segunda Enseñanza Básica y Superior, en Tokio en 1968, fue seguida por el establecimiento de la Universidad Soka, en 1971, y de la Universidad Soka de los Estados Unidos, en 2001. La creación de esos centros de aprendizaje, que están abiertas a todos y no ofrecen educación religiosa, fue el primer gran paso dentro de una labor incesante destinada a desarrollar un sistema de educación humanística, que Ikeda ha descrito como la tarea culminante de su vida.

En 1955, Ikeda comenzó a escribir su novela en forma de serie, titulada La revolución humana, en la que se detallan las luchas de su mentor, Josei Toda, para reconstruir la Soka Gakkai, una vez liberado de la prisión, a fines de la Segunda Guerra Mundial. La obra se inicia con una condena concisa y feroz a la guerra y al militarismo, y presenta un contexto claro de los objetivos del movimiento: “La guerra es atroz e inhumana. Nada es más cruel, nada es más trágico”.

El 8 de septiembre de 1968, durante un discurso pronunciado ante unos veinte mil miembros de la División de Estudiantes de la Soka Gakkai, Ikeda hizo un llamado a la normalización de las relaciones diplomáticas sino-japonesas y delineó los pasos hacia la concreción de ese objetivo. Por ese entonces, la China era aún considerada una nación enemiga por mucha gente en Japón y se encontraba aislada dentro de la comunidad internacional. La propuesta de Ikeda recibió duras críticas, pero asimismo, atrajo la atención de quienes, tanto en la China como en el Japón, estaban interesados en restaurar las relaciones entre ambos países, como el primer ministro chino Chou Enlai.

Ikeda comenzó sus diálogos con figuras de la política, durante la década de 1970. Fue aquella una época de profunda tensión entre las superpotencias, lo que mantuvo a toda la humanidad en vilo, bajo la amenaza de un exterminio nuclear. Durante 1974 y 1975, Ikeda visitó la China, la Unión Soviética y los Estados Unidos, ocasiones en que se reunió con Chou Enlai; el primer ministro soviético Aleksey Kosygin, y el secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, respectivamente, en un esfuerzo por superar el punto muerto en que se hallaban las relaciones y por abrir un canal de comunicación para prevenir el estallido de una guerra. 

Una de las características distintivas de la filosofía de paz de Ikeda es su compromiso con el diálogo. Él se ha reunido y ha intercambiado puntos de vista con representantes de las esferas culturales, políticas, educativas y artísticas de todo el mundo. Muchos de sus encuentros han sido publicados como diálogos en colaboración, en que ambos interlocutores buscan un terreno en común sobre diversos temas: historia, economía, paz, astronomía y medicina, por mencionar solo algunos. Entre las personas con quienes Ikeda ha publicado esos diálogos se encuentran el historiador británico Arnold Toynbee; el ex presidente soviético, Mijail Gorbachov; el teólogo Harvey J. Cox; la futuróloga Hazel Henderson; el activista brasileño de los derechos humanos Austregésilo de Athayde; el literato chino Jin Yong y el líder musulmán indonesio Abdurrahman Wahid. 

Las actividades de Ikeda durante la década de 1970 son la prueba de que su visión sobre el papel que juega el budismo de Nichiren dentro de la sociedad –la importancia que esa filosofía otorga a la felicidad de las personas— no se limita a un estrecho sentido de religiosidad. Para Ikeda, el budismo de Nichiren es la base filosófica de un compromiso activo con los desafíos globales del mundo de hoy.

 

El 26 de enero de 1975, los representantes de la Soka Gakkai de cincuenta y un países y territorios se reunieron en la isla de Guam, donde se estableció la Soka Gakkai Internacional (SGI), con Ikeda como presidente fundador. Guam, escenario de uno de los combates más sangrientos de la Segunda Guerra Mundial, fue elegida simbólicamente como el sitio de esa reunión, que iniciaría un nuevo movimiento por la paz. 

Desde entonces, la SGI ha desplegado una amplia red global, con organizaciones de la SGI que han adquirido su personería jurídica en noventa y tres países y territorios. Además de enseñar la práctica y la filosofía del budismo de Nichiren, las organizaciones locales de la SGI promueven las causas de la paz, la cultura y la educación en sus respectivas sociedades; y, a escala global, la organización ha desarrollado exhibiciones públicas internacionales sobre temas como la creación de una cultura de paz, la abolición nuclear, el desarrollo sostenible y los derechos humanos. 

En 1983, Ikeda comenzó a escribir propuestas de paz, que ha seguido publicando anualmente en el aniversario de la fundación de la SGI, el 26 de enero. Dichas propuestas ofrecen una perspectiva sobre diversas cuestiones de importancia primordial para la humanidad, y sugieren soluciones y respuestas sobre la base de la filosofía budista. Entre los asuntos prioritarios que se abordan en ellas, se cuentan iniciativas para fortalecer las Naciones Unidas y para incentivar la participación de la sociedad civil, que Ikeda considera esencial para el establecimiento de un mundo en paz. Las propuestas ilustran a menudo la importancia crucial del diálogo, como medio para superar el estancamiento de graves cuestiones globales.

Además de su propia experiencia en épocas de guerra, el punto de partida de las actividades de Ikeda en bien de la paz fue la declaración por la abolición de las armas nucleares realizada por Josei Toda en 1957, un año antes de su muerte. Toda denunció que dichas armas eran la encarnación del mal absoluto y enfatizó que su empleo debía ser condenado, no desde el punto de vista de la ideología, la nacionalidad o la identidad étnica, sino desde la dimensión universal de la humanidad y del derecho inalienable a la vida de todas las personas. Ikeda se ha dedicado sin descanso a propagar ese mensaje alrededor del globo, despertando la conciencia pública y construyendo un movimiento popular dedicado a la abolición de esas armas absolutamente inhumanas.

En 1974, Ikeda aceptó una invitación para dictar una conferencia en la Universidad de California, Los Ángeles. Al año siguiente, dio una conferencia en la Universidad Estatal de Moscú, titulada “Una nueva ruta hacia el intercambio cultural entre Oriente y Occidente”. En la misma ocasión, aceptó un doctorado honorario conferido por esa casa de estudios superiores. Tales hechos señalaron el comienzo de un reconocimiento internacional cada vez mayor por las contribuciones de Ikeda a los intercambios culturales y a la promoción de la educación y de la paz. Durante las décadas de 1980 y de 1990, Ikeda fue invitado brindar conferencias en unas treinta universidades de Asia, América y Europa. Sus disertaciones sobre temas como la educación, el intercambio cultural y la paz están sustentadas en la perspectiva budista y toman siempre en consideración el particular contexto cultural, intelectual e histórico del país en que se llevan a cabo. Hasta la fecha, Ikeda ha sido distinguido con unos trescientos doctorados y profesorados honorarios, otorgados por instituciones de todo el orbe. Sus escritos sobre la paz se emplean regularmente en carreras de nivel universitario, en países tan diversos como la Argentina y los Estados Unidos. Más de veinte institutos de investigación académica se dedican al estudio de su filosofía.

El principio fundamental del pensamiento de Ikeda es la dignidad suprema de la vida, un valor que él considera la clave para una paz perdurable y para la felicidad del género humano. En su visión, la paz global reside esencialmente en la transformación consciente que cada individuo emprende en lo profundo de su vida y no depende solamente de las reformas sociales o estructurales. Si bien ese puede parecer un largo camino que recorrer, él tiene la convicción de que tal es el único modo de construir una cultura de paz imperecedera.

Esa idea se expresa de manera más sucinta en un pasaje de su obra más conocida, La revolución humana, que relata de manera novelizada la historia y los ideales de la Soka Gakkai: “Una gran revolución en el interior de un solo individuo puede contribuir a lograr un cambio en el destino de una nación, y más aun, un cambio en el destino de toda la humanidad”. 

http://www.sgi.org/es/presidente-de-la-sgi/biografia-de-daisaku-ikeda.html