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 EDITORIAL:

Habana a 9 de Agosto de 1960

Doña ...

Muy Estimada Hermana y Discípula

Su muy apreciada carta del 11 de Julio obra en mi poder, y creo que es ya tiempo de contestar antes que críe moho entre miles de cartas del mundo entero que también pacientan por ser contestadas cuando pueda.

Tiene razón, la vida nos enseña muchas cosas, pero no las comprendemos hasta el día en que nos ponemos a pensar en ellas con corazón puro y con dignidad en la mente. Así le sucedió a Ud. que de repente se percata de la infamia del mundo.

Todo esto bien merece la rebeldía de las almas emancipadas, como lo indico en los distintos cursos de Estudio. Nuestra santa rebeldía, no es con armas, ni en las plazas públicas o en las serranías, sino en nosotros mismos.

Nuestra revolución es interna, ya que procura la dignificación del ser por la vía de la rebelión contra los vicios, las pasiones, la ignorancia, la superstición y todo lo que significa idiotez o maldad.

Inútil decirle que, naturalmente, las fuerzas malignas del ambiente son también poderosas y deben ser tratadas en consecuencia. De ahí los Centros Luminares y nuestros empeños por realizar la Gran Fraternidad Universal (Blanca o Espiritual).

Y notará Ud. que estas no son simples doctrinas y huecas palabrerías, sino efectivas conquistas en nosotros mismos, única base posible para grandes realizaciones y genuinas conquistas espirituales.

Los viciosos, los ignorantes, los zafios y los badulaques empedernidos no pueden comprender nuestra rebeldía, ni nuestra revolución les dice nada, no importa donde se encuentre.

No hay que tenerle miedo al corazón. Él nunca engaña, aunque salgamos a menudo desilusionados.

Lo importante para nosotros es no engañarnos a nosotros mismos y dejar que el corazón hable, pues es por él que se manifiesta mejor la conciencia. La mente habla también a su debido tiempo, pero el intelecto es engañoso, maleable, dúctil y a veces, muy acomodaticio, a trueque el corazón no sabe de medias medidas. Cuando él habla, hay que ver el curso evolutivo de la vida. Por ello no se le puede engañar.

Bien, querida Hermana y Discípula, confío en que con esta carta sabrá cumplir mejor su cometido. Mejor es usar de prudencia para no ser vencida a la traición por el enemigo común que espera solapado por doquier, pero con dignidad moral y un corazón puro, se vence siempre.

Reciba todo mi afecto en unión de los suyos, y mi mayor Bendición.

K.H.