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LA VIDA SERA COMO SUS PENSAMIENTOS

Por DALE CARNEGIE

(Condensado de: "Your Life")  Versión de ELPIDIO PACIOS. Fue publicado en Ariel No. 79 de abril de 1962. Por su valiosa contribución reimpreso en el presente número de Ariel.

Hace poco tiempo se me pidió en una audición radial que expresara en tres sentencias la lección más importante que hubiera aprendido jamás. He aquí lo que dije: "La lección más importante que he aprendido es la estupenda importancia de lo que pensamos. Si yo supiera lo que usted piensa, sabría qué es usted, porque sus pensamientos lo hacen a usted lo que usted es. Cambiando nuestros pensamientos, podemos cambiar nuestras vidas".

Esto no es, ni con mucho, una nueva idea. Hace mil ochocientos años, el remoto Imperio Romano estaba regido por uno de los más sabios emperadores de toda la historia. Su nombre era Marco Aurelio. Y no solo condujo a sus ejércitos a muchas victorias, sino que también halló tiempo para escribir capítulos de un libro inmortal cuando se sentaba junto a una hoguera la víspera de una batalla.

Este libro que Marco Aurelio escribió bajo semejantes condiciones lleva el titulo de "Meditaciones" y es hoy uno de los más preciados legados de toda la antigüedad.  Winston Churchill lo estudia frecuentemente. En esa obra inmortal, Marco Aurelio dice: "Nuestra vida es lo que hacen de ella nuestros pensamientos".

Yo he llevado a cabo considerables investigaciones en varias de las más famosas bibliotecas del mundo; sin embargo, todavía no he descubierto una verdad más importante que la contenida en esas nueve palabras escritas por Marco Aurelio hace dieciocho siglos: "Nuestra vida es lo que hacen de ella nuestros pensamientos".

Casi todo lo que al lector le haya ocurrido o lo que le ocurra en el futuro, será el resultado de sus pensamientos. Sus ropas, sus amigos, sus negocios, su disposición, sus fatigas, su felicidad son expresión de sus pensamientos. Aun su salud es en gran parte el efecto de su modo de pensar.

Por ejemplo, el doctor O. F. Gober, jefe de los médicos del Ferrocarril de Santa Fe, me dijo no hace mucho que el sesenta por ciento de los pacientes que acuden a los consultorios de los doctores pudieran curarse ellos mismos sólo con cambiar sus pensamientos y desprenderse de sus temores.

Los famosos hermanos Mayo declararon que más de la mitad de las camas de nuestros hospitales están ocupadas por personas que padecen trastornos nerviosos.  No obstante, cuando los nervios físicos de esos individuos son examinados bajo un microscopio de alto poder, en la mayoría de los casos parecen tan saludables como los de Jack Dempsey. Sus trastornos nerviosos son causados por emociones fútiles, frustraciones, ansiedades, preocupaciones, temores, fracasos y desalientos. ¿Y qué es Io que causa esas emociones?  Los pensamientos.

Cuando estamos desalentados, es casi siempre a causa de Io que ha ocurrido dentro de nosotros y no por Io que ha sucedido fuera de nosotros. A modo de ejemplo, comparemos a Napoleón con mi madre.  El Pequeño Corso logró realizar de manera brillante diversos propósitos por los que millones de personas a través de todas las edades han luchado en vano: poder, fama, fortuna, gloria. Con todo, lo único que verdaderamente ansiaba era la satisfacción en la vida ¿Creen ustedes que Io consiguió?

Pues escuchen Io que escribió en Santa Elena: "Jamás he disfrutado de seis días felices en toda mi vida".

En contraste con Napoleón, mi madre era la esposa de un oscuro labrador del noroeste de Missouri: no tenia fama, ni gloria, ni posición social, ni poder, y en cuanto al dinero.... bueno, éramos tan pobres que ella misma tenia que fabricarse el jabón con que lavaba nuestras ropas. Trabajaba quince horas al día en los menesteres de la casa, cocinando, lavando, limpiando el jardín, haciendo conservas, batiendo la mantequilla. No obstante, estaba siempre tan contenta que cantaba mientras realizaba esas labores.

¿Por qué vivía mi madre más feliz que Napoleón? Sólo por una razón: sus pensamientos, los cuales irradiaban fe, coraje, esperanza, servicialidad para los demás y devoción a Dios.  Napoleón, en cambio, no pensaba más que en sus propios egoístas intereses.  Ascendió a la gloria sobre los cuerpos sangrantes de un millón de hombres, y cuanto más poder obtenía, más poder ansiaba; así terminó no gozando jamás de seis días felices en su vida. A mi madre, por el contrario, su religión la llenaba de esperanzas, de valor, de una felicidad que no podía menos que expresarse en incansables cantos de dicha.

El lector puede convertir su vida en un verdadero infierno o puede transformarla en un paraíso terrenal.  Una y otra cosa puede realizarlas donde está y con Io que tiene.  Sus posesiones, el medio en que se desenvuelve, sus amigos, sus anteriores preocupaciones y ansiedades; todas estas cosas no importarán mucho una vez que controle sus pensamientos y emociones.

La divisa de la familia de Miguel de Montaigne, el ensayista más brillante que Francia haya producido jamás, constituye un costal de sabiduría en dieciséis palabras: "Al hombre Io hiere no tanto Io que sucede como su opinión de Io que sucede".

Todas las mañanas, cuando camino desde mi hogar de Forest Hills hasta la estación del ferrocarril subterráneo, me vienen a la memoria esas palabras porque cruzo las casas de dos hombres cuyas vidas son un ejemplo perfecto de la verdad del lema de Montaigne.

Allá por 1929, dichos dos hombres perdieron los ahorros de toda su vida en la quiebra de la bolsa de acciones. Uno tomó esta pérdida con filosófica sabiduría y se dijo a si mismo: "La pérdida de mi dinero es, sin duda, una gran desgracia; pero la pérdida de mi salud y de mi alegría, si me dejo llevar de las preocupaciones, será mil veces peor. Todavía puedo dormir tantas horas como antes, todavía dispongo de mi fuerza y de mi capacidad para ganarme la vida; por consiguiente, continuaré viviendo como si nunca hubiera tenido ahorros que perder".

El otro hombre tomó una habitación en el décimo octavo piso de un bien conocido hotel de Nueva York.... y se lanzó por el bacón.

¿Qué fue Io que obligó a estos dos hombres a reaccionar de modo tan distinto ante el mismo problema?  Una sola cosa: sus pensamientos.  Permítanme, por tanto, repetir una vez más: si ustedes consiguen controlar Io que ocurre dentro de ustedes, muy rara vez serán derrotados por Io que suceda fuera de ustedes.

Según el Génesis, el Creador concedió al hombre el dominio de toda la tierra.  Por Io que a mi respecta, declaro humildemente que no me interesa una prerrogativa de esa naturaleza, pues todo Io que deseo es dominar el temor, mis pensamientos y mi espíritu. Si alcanzo tan alta meta, nada puede perturbarme ni derrotarme y seré     más poderoso que quien tome por las armas la ciudad.

Hace años leí un opúsculo que ejerció un profundo efecto sobre mi modo de pensar. Llevaba el  titulo de "Cómo piensa un Hombre"  y había sido escrito por un tal James Allen.  He aquí un párrafo de su contenido:

"El hombre descuidará que, según altere sus pensamientos de las cosas y de las otras personas, éstas serán distintas para él… Permitid a un hombre alterar radicalmente sus pensamientos y quedara sorprendido de la rápida transformación que se operará en las condiciones materiales de su vida".

Les voy a contar la historia de un hombre que hizo eso precisamente, un hombre que, alterando sus pensamientos, transformó su vida hasta un punto que parece cosa de milagro. Llamase Marcos H. Brown y, durante varios años, ganose la vida manejando un camión por cuenta del Observatorio del Monte Wilson, cerca de Pasadena, en el estado norteamericano de California.

Ni remotamente le agradaba manejar aquel camión, pero tenia que atender a las necesidades de su esposa e hijos.  Gustábale sobremanera, en cambio, observar el trabajo de los técnicos que rebajaban las lentes destinadas al monumental telescopio del observatorio.  Cierta vez, de súbito, le asaltó un pensamiento, una idea que varió su vida por completo: "¿Por qué no aprendo a rebajar lentes?"

¡Qué disparate!, dirán ustedes ¿Un simple chofer de camión que apenas había cursado la primera enseñanza aspirando a convertirse en rebajador de lentes? Pero esperen un momento, que no han oído nada todavía.

Cuando ese chofer de camión supo que uno de  Ios rebajadores de lentes que veía trabajar iba a retirarse dentro de cinco años, tuvo otro pensamiento: "Yo me prepararé -se dijo a si mismo-, aprenderé Io que sea y cuando ese experto se retire, yo tomare su lugar.

Como no tenía máquina alguna en que practicar ni dinero para adquirirla, invirtió dos años en construirse una.  Luego acometió el trabajo más difícil de que jamás se había hecho cargo en su vida: rebajar una lente de cinco pulgadas. Año tras año, aprovechando sus horas desocupadas, cultivó paciente y esforzadamente el arte de rebajar lentes.

Luego, de improviso, el mundo supo con asombro que el Instituto Tecnológico de California iba a construir un telescopio de 200 pulgadas que sería el mayor que se hubiera fabricado jamás. Dos hombres tenían que someterse a un largo periodo de entrenamiento para desempeñar la más honrosa y exigente tarea que jamás se diera a rebajador de lentes alguno. Uno de los hombres que finalmente resultaron elegidos fue el antiguo chofer de camión: Marcos H. Brown. ¡Tenía que ayudar a rebajar aproximadamente cinco toneladas de vidrio con una habilidad y una exactitud que sobrecoge la imaginación!

Si este hombre hubiera previsto que mediante el simple procedimiento de cambiar sus pensamientos se iba a elevar de humilde conductor de un camión al cargo de jefe de rebajadores de lentes del vidrio de aumento más grande jamás soñado desde la- época en que Galileo trataba de sondear los misterios de las estrellas; si este hombre, diez años antes se hubiera podido prever ese resultado, lo habría llamado un milagro. Y eso precisamente, es lo que es, un milagro producido por el pensamiento .

Muchos hombres que han estado manejando camiones por espacio de veinte años se lamentan en la siguiente forma: "Jamás me han favorecido los golpes de la suerte. Nunca tuve una verdadera educación, ni jamás se me han presentado oportunidades de triunfo".