Imprimir
Visto: 5225

 DENOMINAMOS REALIDAD A LA MAYOR ILUSIÓN

Tomado de la Revista “Alborada de la Nueva era”
Santiago de Chile, octubre de 1965

 

El hombre nace, vive y muere ignorándose a sí mismo e ignorando a la vez el mundo que lo rodea; pues, fuera de lo que está al alcance de sus sentidos, que por lo demás le proporcionan un conocimiento relativo y superficial, y a veces hasta engañador, lo fundamental, lo esencial, le es completamente desconocido. En consecuencia, muchas de las conclusiones a que ha llegado (la mayoría de las apreciaciones, a priori, sugeridas por la observación habitual y aparente de las cosas) son superficiales o totalmente erróneas.

Ignorante de las causas y principios que generan el Universo, de la perfección y bondad de las leyes inmutables que lo rigen, la gente sólo se limita a considerar y apreciar las formas transitorias de la materia, dándole a ésta un valor excesivo de realidad permanente, que está muy lejos de poseer. De ahí que toda nuestra vida se desenvuelva y se encauce siempre en razón de objetividad e intrascendencia, con total desconocimiento de la auténtica Realidad.

Gorgias, un sofista griego del siglo IV antes de nuestra era, había ido muy lejos en sus enseñanzas, pues sostenía que “nada existe”. Esta doctrina fue combatida por Platón.

Los iniciados de la antigüedad y también las Doctrinas Secretas, hacen referencias a la transitoriedad, a lo ilusorio de la materia, cuya naturaleza y elementos que la forman, les eran perfectamente conocidos. Algunos alquimistas intentaron la transmutación de los metales en oro, basados en estos conocimientos, que se denominaban “sagrados” y que constituían el privilegio de unos pocos iniciados.

Para demostrar lo ilusorio de nuestro mundo material, tenemos la más pequeña porción de materia de un cuerpo cualquiera: una molécula. Como sabemos, la molécula es la división menor que se puede hacer de un cuerpo en estado libre, sin que se pierdan en ella las propiedades específicas de éste. La molécula a su vez, está formada de átomos, del griego “que no se puede dividir”, término que, conocidas las experiencias actuales de la ciencia, ha perdido por completo su significado etimológico. Estos elementos de la molécula, los átomos, constituyen núcleos de energía cósmica en potencia, pudiendo desintegrarse por agentes ajenos a ellos, o por una tendencia de expansión que poseen algunos. La desintegración de los átomos deja en libertad enormes cantidades de energía que si no se emplea para bien y el servicio de la Humanidad, puede causar la destrucción inevitable y total del mundo y la extinción de la vida orgánica. Hasta aquí la ciencia. Sus conclusiones, por lo demás, son claras y precisas: “la materia no es más que una aglomeración de partículas de energía condensada”. En otras palabras, la materia no existe por sí misma; no hay “algo” puro, carente de elementos o combinaciones, que pueda denominarse como tal.

Los estudiantes de lo hermético saben, en cambio, que existen ciertos elementos primordiales, ciertos principios vitales llamados tattvas, que no son otra cosa que energía cósmica diferenciada, cuyas combinaciones entre sí, dan origen a la objetividad concreta que llamamos materia. Pues bien, si la materia existe, si ha tomado formas debido a elementos que se han unido entre sí, por acción de determinadas leyes físicas y químicas, como serían la cohesión, la gravedad, el equilibrio, la afinidad, etc., es fácil comprender que estos elementos también pueden volver a separarse, a causa de otras leyes o fuerzas, provocando su desintegración, su aniquilamiento total como materia. Entonces, ¿Qué ha sido de la materia? ¿Qué ha quedado de ella? De lo que denominamos materia, propiamente tal, “nada”, puesto que ya no hay ni formas ni estructuras, ni condiciones propias, ni cualidades específicas o anímicas. La energía dinámica que la constituía y animaba, ahora en libertad, ha pasado de nuevo al estado potencial provocando el derrumbamiento integral de la materia...

Por eso sostenemos enfáticamente: que “denominamos “realidad” a la mayor ilusión”.

Berta Montt de Muñoz
Colaboración del Centro Luminar: “Estrella de Chile”